"Encerar, pulir; encerar, pulir", por Jerónimo Pimentel
"Encerar, pulir; encerar, pulir", por Jerónimo Pimentel
Jerónimo Pimentel

El primer tiempo en Maturín fue una de las exhibiciones más sosas de todas las que le ha tocado dirigir a Gareca, al borde de la anomia; cuesta hacer un análisis que no pase por la adjetivación y el desconcierto. El segundo tiempo, en cambio, empezó con una de las jugadas más bellas de todo el proceso: el mediocampo logró tener supremacía numérica en el área rival –de visita– y la asociación en velocidad acabó en una bella definición de Carrillo, quien parece encontrar madurez. El tanto de Guerrero hizo creer en la épica pero, a la vez que el entusiasmo crecía, la giró de dirección, nuevamente, y dejó la remontada en empate. Las chances perdidas por Rondón hacen justicia a la ocasión errada por Cueva.

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El formato de las Eliminatorias sudamericanas, como es evidente en las últimas dos décadas, no premia el repentismo, sino la constancia. Esta es la tarea en la que el once peruano desaprueba siempre. En los buenos partidos se permite 20 minutos de fútbol; en los malos, ninguno. En un torneo que tiene a siete de sus nueve países entre los 25 primeros del ránking FIFA ello es insuficiente.

¿Cómo se obtiene, entonces, la constancia?

A nivel colectivo, es la consecuencia de dos virtudes poco entendidas: disciplina táctica y actitud. La primera es una forma de la obediencia; la segunda, lo contrario: un deseo profundo por no aceptar la realidad impuesta.

La disciplina táctica es, probablemente, la materia en la que el fútbol peruano va más rezagado. La condición de equipo chico en un subcontinente grande ha obligado a refugiarnos en esquemas conservadores a costa de sufrir ridículos. La experimentación es tomada por riesgosa pero esa inercia es también una condena al atraso. Igual se puede insistir en dos factores en los que Perú, por lo general, jala: transiciones y relevos. Todo el fútbol moderno está organizado para destacar en esos dos movimientos.

Para ello es inevitable la repetición, tan subvalorada, a pesar de que es el cimiento que impide que un equipo no caiga en lagunas. Los automatismos y las pequeñas sociedades se nutren del ensayo y, en un punto, este termina siendo el sostén de la dinámica. Gareca ha hecho algo bien y eso es renovar el plantel y descender la edad promedio de los seleccionados. El costo es que el equipo, novel, aún no está engarzado y tiene brechas continuas. Eso se ve en las jugadas a balón parado, pero también en la salida del equipo, un tanto torpe, y en el repliegue. Se debe suponer que el trabajo y el tiempo cicatrizarán esas heridas.

La actitud, por su parte, es una materia tratada un tanto esotéricamente y reducida a la motivación. Difícilmente Perú le ganará a Uruguay a costa de cuántos gritos y discursos de autoayuda dé el entrenador en la Videna. El tema se puede enfocar distinto. Tener carácter, en fútbol, consiste en tener y conocer los recursos técnicos y anímicos que nos permiten superar una desventaja. No hay confianza sin autoestima profesional y esta no se consigue sin suficiencia formativa. Tampoco se debe confundir la actitud, o su falta, con problemas propiamente futbolísticos: si un jugador es sorprendido por la táctica rival, si sobrecargan, por ejemplo, el ataque por su lado y no recibo apoyo durante una marcación zonal, eso no es depresión, es abandono. Los liderazgos, en ese sentido, se traducen en la capacidad por activar una capacidad latente, no en descubrirla de la nada.

Perú deberá medir el fuego que mostró en Paraguay y Venezuela ante Uruguay, en Lima. Ceder 45 minutos ante Suárez y compañía sería suicida, pero es igual de irresponsable exigir milagros. La meta es ser competitivos y este objetivo se debe evaluar en términos de juego, bajo la idea de que solo el juego dará resultados.

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