Sandra Salcedo Arnaiz

La sorpresiva iniciativa legislativa que manda incorporar nuevos cursos de educación financiera y tributaria al currículo nacional nos obliga a activar la conversación sobre lo que de verdad significa “educar para vivir bien”.

Desde el 2014, ya en el curso de Ciencias Sociales del nivel secundario -compuesto por las disciplinas de Historia, Geografía y Economía- se incluyen conocimientos y competencias en educación financiera para los estudiantes que cursan la educación básica regular. Sin embargo, la educación financiera no ha tenido el protagonismo que debería tener, no tanto por falta de contenido como por falta de priorización e incentivo en la formación docente.

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Con el anhelo de brindar una educación para vivir bien, cabe plantearnos algunas ideas previas a la creación de novísimos cursos con las carencias de siempre. Lo primero es recordar que un cúmulo de conocimientos, en su mayoría conceptos de educación financiera, resulta insuficiente para armar el andamiaje de una vida financiera saludable. En otras palabras, siempre será importante saber qué es el ahorro, pero saber ahorrar y tener el hábito de hacerlo es distinto, y esto último es lo que nos pondrá en la ruta del progreso y el bienestar.

En el ámbito de la educación financiera se procura el dominio de los conceptos acompañado por el ejercicio de una serie de destrezas, conductas y valores que le den forma de “bienestar”. Una fórmula que integra conocimiento, capacidades y ejercicio de los mismos.

Frente a la idea de un nuevo curso de educación financiera, rescatamos la oportunidad de que nuestro sistema educativo ofrezca a docentes y estudiantes una formación que les provea de las competencias para los complejos retos que nos viene planteando el siglo XXI.

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La brecha que nos ubica en el puesto 18 de 20 países en la prueba PISA 2018 en educación financiera no se acorta tanto con la creación de nuevos cursos, sino con una estrategia integral para su fomento entre los docentes y la incorporación de las mejores prácticas a nivel global en materia pedagógica y didáctica. Lo visto en el reciente CADE Educación 2023 Innovar Para Educar, Educar Para Innovar, aporta mucho y sumaría conocimiento y experiencia a lo que debe ser leído como una buena intención.

Para estar a la altura de las exigencias que nos plantea este siglo, podríamos pensar en una educación financiera que incorpora enfoques educativos como el STEAM + H, experiencias de aprendizaje basadas en proyectos y una visión que conecte diversas disciplinas, realidades e intereses con el fin de capturar la atención de nuestra joven audiencia.

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Nos toca aprender de experiencias en las que la educación financiera no se compartimentaliza en más y nuevos cursos, sino que se vale de cursos que ya existen: matemáticas, ciencias sociales, ciencia y tecnología o educación para el trabajo. Así se teje un “sentido financiero”, individual y colectivamente, desde distintos ángulos. Esto ha probado funcionar: es la metodología del programa “Educación Financiera en tu Cole”, que impulsado por Asbanc y otros aliados del sistema financiero, podría servir de inspiración para escalar la iniciativa.

Podríamos aspirar a una educación en la escuela que nos enseñe cómo participar en el sistema financiero saludablemente, y que al mismo tiempo genere las condiciones y prácticas para ejercitar lo que vamos aprendiendo. Sería una educación financiera que propicie espacios de pensamiento crítico y creativo sobre economía del hogar, roles de género, recursos naturales y riesgo climático, sesgos cognitivos en la toma de decisiones o el ciclo vital de las personas. En pocas palabras, una educación financiera para vivir bien en un mundo que ya cambió y seguirá cambiando. Una educación para ciudadanos del siglo XXI.

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