El Comercio, en su edición del miércoles 12 de junio de 1861, decía: “La ciencia y la juventud están de duelo; a las nueve de la noche del lunes falleció don Cayetano Heredia, antiguo Protomédico de la República y primer Decano de la Facultad de Medicina. La guerra tiene sus héroes que de ordinario hacen pagar bien caro precio a los honores que los pueblos les prodigan. En la vida pública de vez en cuando descuellan grandes ciudadanos que impulsan la civilización y ensancha la libertad. La ciencia encuentra también, una que otra vez, sacerdotes egregios que se consagran a su éxito… El guerrero nos manda, el administrador nos obedece, el sabio nos sirve sin que le ofrezcamos siquiera ni una de esas coronas cívicas que los romanos tan oportunamente supieron obsequiar. ¿Queréis una prueba de lo que decimos?; recorred con nosotros la vida del doctor don Cayetano Heredia”.
“Consagrado desde su juventud a la más útil de las profesiones, a la que aprovecha el concurso de todas las ciencias, la medicina, cuando por su aventajada inteligencia y constante consagración al estudio estuvo en actitud de enseñar, se dedicó al profesorado y fue por veintidós años catedrático y rector del Colegio de la Independencia. A sus ilustrados esfuerzos en obsequio de la instrucción pública débense el Gabinete de Física e Historia Natural que fundó en 1845 y que ha servido de base para la enseñanza de las Ciencias Naturales en la República”.
Los aportes a la medicina
A continuación, el acucioso cronista de El Comercio fue enumerando cronológicamente los aportes que hizo el doctor Heredia a la enseñanza de la medicina. En 1846 creó la Biblioteca de la Escuela de Medicina a la que donó la mayor parte de sus libros. El año 1848 logró traer de Europa un profesor “que dictó en Lima el primer curso completo de Química”. Cayetano Heredia le dio al estudio de la medicina la importancia que merecía, no recibida hasta entonces, y confió dos de las cátedras más importantes a galenos europeos, los doctores Solari y Dounglas. Posteriormente, en 1851, con su propio peculio, envió a París a varios jóvenes médicos para que perfeccionaran sus estudios con el propósito que, posteriormente, fueran profesores. En 1856 redactó el Reglamento que hizo posible la gran reforma cuyo fruto fue la Facultad de Medicina.
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“La Escuela de Medicina –señalaba El Comercio– llora a su regenerador; la juventud que en ella se ha educado, al más desinteresado y noble entre los amigos. Pero no todo ha volado con el señor Heredia al cielo. El Colegio de la Independencia continuará siendo el primero de Sud América, el que proporciona una enseñanza más completa en el Perú, porque en él vive el pensamiento y el espíritu de aquel ilustre varón. La vida del señor Heredia, modesta como la de todos los sabios, se deslizó sin ruido; ojalá su memoria sea dignamente honrada, no porque la necesite para alcanzar una estéril celebridad, sino porque el Perú lo exige para ofrecer ese estimulo a las grandes virtudes”.
El cortejo fúnebre
Los funerales del doctor Cayetano Heredia (Piura 1797-Lima 1861), según El Comercio, tuvieron características de admiración, cariño, respeto y dolor nunca antes vistos en nuestra capital. Los alumnos de la Escuela de Medicina se turnaron para llevar en hombros los restos del ilustre maestro hasta el Cementerio General, seguidos por un nutrido cortejo, que también iba a pie, sin distingos de clases sociales, pues Heredia nunca los hizo. “La ceremonia fúnebre, apuntó El Comercio, recogió lo único que no se puede falsificar: lágrimas ardientes desprendidas de corazones viriles y honrados”.
Antes de proceder a la inhumación se pronunciaron numerosos y conmovedores discursos que recogió el cronista de El Comercio con la ayuda de un taquígrafo. Dijo el doctor José Casimiro Ulloa: “La loza de una tumba va a cubrir para siempre los restos del que ayer nomás llamábamos Padre muchos de nosotros, al que otros apellidaron maestro y al que un número no menos considerable de vosotros llamó su benefactor o su amigo querido. El duelo que por su muerte llevan nuestros corazones, lo lleva también la sociedad entera, a quien el ilustre difunto prestó tantos servicios que harán eterna su memoria en el Perú. Con la conciencia de la alta misión social del médico, cuyo desempeño requiere la práctica de elevadas virtudes, siempre se esforzó por inspirar a los alumnos las sanas nociones de moral médica, de cuya ejecución él fue el más cumplido ejemplo”.
El doctor Leonardo Villar, en un acápite de su discurso, sentenciaba: “Es imposible recordar al señor doctor Heredia, sin participar de ese sentimiento de ternura y adhesión de que él se hallaba poseído al llamarnos sus hijos”. Igualmente doloridas y encomiásticas fueron las palabras de Eduardo J. Núñez del Prado al describir la obra de Cayetano Heredia: “Verdadero médico, curó las dolencias, mitigó los pesares, calmó los dolores y enjugó las lágrimas de la humanidad”.
Hoy, como todos sabemos, se recuerda al notable facultativo, al hombre ejemplar, con una universidad que lleva su nombre, al igual que un hospital ubicado en el distrito de San Martín de Porres y en numerosas calles de la capital y de otras ciudades del país.
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