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es el gran personaje histórico del Perú durante la etapa en que Simón Bolívar permanece en nuestro país y revalida su independencia y la de América del Sur en la batalla de Ayacucho. Nace el héroe en Huamachuco, tierra alta y bella de La Libertad, en 1787. Desde niño dio repetidas muestras de su precoz talento que cultivó en Trujillo y, posteriormente, en el Convictorio de San Carlos de Lima. Sánchez Carrión, tuvo honda vocación política y su pensamiento republicano y liberal se luce en la Sociedad Patriótica, auspiciada por el general José de San Martín para defender la forma monárquica de gobierno. Desde las páginas de La Abeja Republicana, donde escribe sus célebres cartas con el seudónimo Solitario de Sayán y en otros periódicos, Sánchez Carrión se convierte en el paladín del republicanismo.

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Integrará el Congreso Constituyente como diputado por Trujillo, siendo uno de los encargados de redactar la Constitución de 1823. En el exordio de ese texto, proclama: “No habrá más preferencias que las que den el mérito y la virtud”. En otro acápite solicita que para ser senador o diputado se requiera: “Gozar del concepto de una probidad incorruptible y ser de reconocida ilustración”. Abrumado por el caos político de 1823, nuestro “año terrible”, el Congreso decide enviar a los diputados Sánchez Carrión y José Joaquín de Olmedo en busca de Bolívar, quien se encontraba en Guayaquil, para pedirle oficialmente que viniera al Perú “para completar la guerra y lograr la independencia”. El Libertador era presidente de la República de Colombia, por lo que luego de obtener el permiso del Congreso, instalado en Bogotá, se embarca en pos del Callao donde arriba el 1° de setiembre de 1823. Durante el viaje, Bolívar y Sánchez Carrión conversan muchas horas y forjan una sólida amistad. El huamachuquino fue el único peruano en quien confió sin reservas el Libertador.

—Trujillo, el gran taller—

El 10 de febrero de 1824 el Congreso aprueba la dictadura en favor de Bolívar. Éste, el 31 de marzo, nombra a Sánchez Carrión “Ministro general de los negocios de la República Peruana”. Superadas las pugnas internas entre Riva Agüero y Torre Tagle, todo el esfuerzo de los patriotas se vuelca frenéticamente en la formación y avituallamiento del Ejército Unido Libertador. Mientras Bolívar reinicia la inspección del territorio entre Santa y Cajamarca, Sánchez Carrión permanece en Trujillo ordenando y coordinando todo lo dispuesto por el Dictador destinado a obtener los elementos que necesitaba el ejército. Se confiscan bienes de la Iglesia y de particulares, se requisan caballos, ganado y alimentos sin ninguna contemplación; se fabrican armas, se confeccionan uniformes. No hay lugar para los remisos a quienes aguarda el paredón de fusilamiento. Trujillo no descansa, es un gran taller. Esto era necesario, como señaló el historiador venezolano Vicente Dávila, “que los peruanos llegaran a compartir los mismos sentimientos de odio contra el enemigo de los días de la Proclama de Guerra a Muerte de 1813”. El esfuerzo físico, la tensión nerviosa, agravan los males de Sánchez Carrión, pero no impiden que cumpla exitosamente su arduo cometido.

Su fervor patriótico no declina y le dice a sus colaboradores más cercanos: “Deseo estar en el ejército, trotar, pasar trabajos y ver una victoria que va a dar quietud eterna a este suelo desgraciado, digno de mejor suerte”. Después del triunfo de Junín, el cuartel general se instaló en Huamanga, donde Sánchez Carrión siguió trabajando febrilmente ajustando los últimos detalles, tanto militares cuanto económicos y políticos. Lamentablemente su afección avanza y regresa a Lima a inicios de diciembre, un poco antes que Bolívar y redacta la convocatoria para el Congreso de Panamá.

—Cartas a Bolívar—

La correspondencia que intercambia con Bolívar durante esas semanas son dramáticas. Sánchez Carrión siente que se le va la vida, pero aún tiene momentos de absoluta lucidez. A fines de mayo es conducido a la hacienda Grande, en Lurín, de propiedad de los sacerdotes de San Felipe Neri y allí fallece, entre terribles dolores, el 2 de junio de 1825.

Cuando Bolívar se entera de la noticia tiene palabras de encomio para quien había sido su leal colaborador y amigo. Muy pronto corrió el rumor que había sido envenenado. Ricardo Palma publicó un ensayo titulado “Monteagudo y Sánchez Carrión”, que alcanzó gran difusión despertando una polémica continental, pues ahí decía que existió una conversación entre el expresidente de Colombia Tomás Cipriano Mosquera y el coronel Manuel Odriozola, director de la Biblioteca Nacional, en la que el político colombiano afirmaba enfáticamente que Sánchez Carrión había sido envenenado.

Esto se desvirtuó plenamente cuando el doctor Cayetano Heredia hizo la autopsia del héroe comprobando que el deceso se produjo a causa de la rotura de un aneurisma en el hígado. Las cortas miras del actual gobierno, limitado en todos los aspectos, carente de sentido histórico, no puso al presente año el nombre de Sánchez Carrión, como debió ser.