Casa Moreyra: la nueva sede de Astrid & Gastón
Casa Moreyra: la nueva sede de Astrid & Gastón
Redacción EC

Escribe: NORA SUGOBONO
Revista Somos

HAY TODO TIPO DE HISTORIAS DE AMOR, pero la de y Jaramillo es especial. Y no solo porque ambos se enamoraron en el romántico París, sino -y sobre todo- porque los dos son amantes de la buena mesa. Sí, ellos se conocieron en el famoso Cordon Bleu en 1991, cuando estudiaban cocina y, desde la primera mirada, quedaron prendados uno del otro. Decidieron no separarse nunca... ni para trabajar. Y ahora que ya son unos chefs de primera, han abierto su propio restaurante de comida francesa en la primera cuadra de Cantuarias en Miraflores. 
-Revista Somos, sección “Noticias”, 17 de agosto de 1994.


“No papito, menos a ti que pareces mi hijo. Por gusto vas a ver la casa”. La señora Teresa Bar no daba crédito a la insistencia. Un chico de nombre Gastón Acurio le había dejado una nota con sus datos debajo de la puerta del número 175 de la calle Cantuarias en Miraflores. El inmueble era de su propiedad, pero estaba cerrado desde que ganara un juicio. Lo último que quería Teresa era lidiar con más inquilinos.

Teresa había guardado el papel en su bolsillo con la intención de desecharlo. Poco después, mientras visitaba a una amiga, metió la mano en su saco y lo encontró. “Mi amiga fue quien marcó el número. Me dijo ‘será algo del senador, hay que llamar’. Contestó una mujer con acento francés; era Astrid. ‘Oh, sí, por favor, Gastón está dando clases. En 5, 10 minutos le devuelve la llamada’ y ahí mismo me llamó”, recuerda. El muchacho no tardaría mucho en persuadirla para acordar una cita y conocer la casa.

Al día siguiente, dos simpáticos jóvenes apoyados en un auto comían helados mientras la esperaban. Tan bien le cayeron que Teresa incluso les dejó la llave para que viesen los detalles con la condición de que se la regresasen al día siguiente. Ellos, a cambio, la invitaron a comer a su casa. “Astrid cocinaba. Gastón parecía tan seguro de todo. Yo ponía peros, él ponía soluciones. Le pedí que me diga con sinceridad, como si fuese su madre, qué quería hacer exactamente con el local. Y ya pues, me dijo. Quería poner un restaurante”.
Teresa Bar alquilaría su casa a Astrid Gutsche y Gastón Acurio por 20 años.

ASTRID
Lima, 1993. No era su primera visita al Perú. A los 19 años, la rubísima alemana de vivarachos ojos azules se había tomado un periodo sabático. Viajó con un amigo que tenía una casa en San Blas y pasó dos meses conociendo Cusco y Puno, además de la capital. La gente le decía que salga con cuidado; ella no entendía por qué. Todo le parecía bonito. Algunos años después, cuando la vida la traía de vuelta del brazo de su flamante esposo, seguía creyéndolo así. Desde pequeña había sentido una conexión especial con esta tierra. Usaba chullos y chompas que compraba en ferias. Era un espíritu inquieto: cambió de colegio ocho veces y ya conocía gran parte del mundo junto a su familia. Quería ser bailarina y cocinera, pero escogió medicina para demostrarle a sus hermanos que ella también podía ser como ellos. Poco después se arrepentiría.

La pastelería le gustaba desde antes, pero fue algo que descubrió mientras aprendía -por fin- cocina. Conoció a un peruano en su escuela parisina, se enamoró, se fue con él a su país y se casó. Siempre supo que la vida de ambos estaría aquí: pondrían un restaurante, él dirigiría la cocina y ella haría los postres. El plan funcionaba, porque ambos eran igual de soñadores. Y aunque no hablaba bien el idioma ni conocía mucha gente, Astrid encontró trabajo pronto. Su primera hija estaba en camino.

GASTÓN
Lima, 1993. Recién llegado de un período estudiando cocina en Paris -tras decepcionarse de la carrera de leyes en Madrid- Gastón Acurio, de 25 años, había regresado a su patria para ser chef, una profesión más que cuestionada en el Perú de esa década.  Dos pensamientos cargaban su mente: quería hacer gastronomía francesa y tenía un hogar por mantener. Acababa de casarse con una joven alemana y se había mudado a un departamento en Miraflores que era de su madre, quien les alquilaba la propiedad y les prestaba también el auto que él usaba, entre otras cosas, para recoger a su mujer del local donde ella trabajaba haciendo postres: el popular Cherry, de 2 de mayo, en San Isidro.

Al salir del trabajo la llevaba a comer. Caminaban por las calles aledañas a su domicilio, en Benavides con La Paz, y soñaban con el proyecto que tenían en conjunto: abrir un restaurante propio. Es en esa misma calle -a la altura de la cuadra 10- que un día encontró el sitio ideal: una casa convertida en hostal que ocupaba la esquina entre La Paz y Manco Cápac. Grande fue su decepción cuando su propuesta fue rechazada. Sería volviendo de cenar de una mesa recurrente, la Trattoria di Mambrino de Hugo Plevisani, que la joven pareja se toparía con una nueva casa, esta vez vacía. Convenció a la dueña, reunió el dinero con préstamos de familia y amigos e inauguró su restaurante el 14 de julio de 1994.  Abrió sus puertas con este anuncio: ‘Astrid & Gastón Restaurant. Haute cuisine’. Desde esa vez, y para siempre, sería el nombre del local que cimentó un imperio.

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