
Las recientes declaraciones del congresista Ernesto Bustamante, quien afirmó que las mujeres carecen de condiciones biológicas para estudiar ciencias, no solo son lamentables: son peligrosas. Este tipo de discurso refuerza prejuicios que han limitado el desarrollo pleno de la mitad del talento humano, pues durante siglos, a las mujeres se les negó el acceso a la educación superior, y fue recién a principios del siglo XX que comenzaron a abrirse camino, y rápidamente han demostrado, con hechos, su valía como científicas y académicas.
Afortunadamente, la ciencia ha avanzado mucho más que estos prejuicios. Numerosos estudios en neurociencia, genética y psicología han demostrado que no existen diferencias significativas en la capacidad cognitiva entre hombres y mujeres. Investigaciones de genética cuantitativa han confirmado que la inteligencia tiene la misma heredabilidad en ambos sexos. Cuando se les brinda a niñas y mujeres la misma educación, el mismo entrenamiento y estímulo que a los varones, sus logros académicos y científicos son equivalentes, e incluso superiores en muchos casos. Además, la variación genética no implica inferioridad o superioridad de un grupo sobre otro.
El verdadero obstáculo no está en la biología, sino en los estereotipos culturales que comienzan desde la infancia. Las niñas crecen expuestas a mensajes que condicionan sus intereses y aspiraciones. Más adelante, al llegar a la universidad o al mundo científico, se topan con barreras invisibles, pero muy reales que las empujan a abandonar sus carreras; estas son las dificultades estructurales.
En el Perú, la participación femenina en disciplinas como física, matemáticas, ingeniería o computación sigue siendo muy baja. No por falta de talento, sino por un sistema que no ofrece iguales oportunidades; las niñas tienen pocas referentes femeninas en sus libros de texto, reciben menor estímulo en áreas técnicas y enfrentan un sistema educativo que perpetúa estereotipos de género.
Ante esta realidad, surgen las políticas de igualdad de oportunidades, que reciben críticas bajo el argumento de que “afectan la excelencia”. Nada más lejos de la verdad, pues la evidencia es clara: los equipos diversos son más creativos, más productivos y logran mejores resultados. La diversidad de perspectivas y experiencias enriquece el debate.
Un congresista no está para perpetuar mitos, su rol debe ser promover políticas que garanticen la equidad y el acceso pleno de las mujeres a todas las disciplinas, especialmente en las que aún están subrepresentadas. Una sociedad que se respeta no retrocede, y mucho menos bajo la sombra del prejuicio.