En un discurso corto –40 minutos– de lenguaje sencillo y estructura clara, Pedro Pablo Kuczynski expuso su visión del país para el bicentenario. Fue un mensaje de alto contenido social, que recordó la necesidad de unir a todos los peruanos alrededor de intereses comunes –“una sola república, firme y feliz por la unión”–. El presidente Kuczynski imaginó un país “moderno, justo y solidario” hacia el 2021, en el que todos los peruanos tengan acceso a servicios básicos, a una salud de calidad y a una educación acorde con los retos del siglo XXI.
Kuczynski se presentó como un presidente que está por encima de los debates partidarios, enfatizando que “el país no tiene tiempo para discusiones ideológicas”. Si hace cinco años Ollanta Humala juraba honrar “el espíritu de la Constitución del 79”, marcando las líneas entre el gobierno y la oposición fujimorista, Kuczynski optó esta vez por un mensaje y maneras conciliadoras. Aun así, su presentación estuvo cargada de contenido político.
En primer lugar, el tono social de su discurso estuvo dirigido fundamentalmente a los votantes que le dieron el triunfo en la segunda vuelta. Kuczynski ganó la elección gracias a una coalición electoral de limeños de clases medias y altas y ciudadanos más bien marginados del sur del país. Los primeros constituían su núcleo duro y los segundos los votantes prestados por la izquierda.
Mantener el núcleo duro es más fácil que fidelizar a los que se subieron al carro impulsados por el antifujimorismo y las consignas de Verónika Mendoza. El presidente hizo bien en dirigirse a estos últimos. De esa manera, empezó a perfilar el discurso de una derecha orientada a reducir las desigualdades sociales desde las fuerzas del mercado. Kuczynski no habló de redistribución, sino de “reducir desigualdades levantando el ingreso de los más pobres”.
Segundo, las prioridades que expuso el nuevo presidente refuerzan la idea de que el Ejecutivo se centrará en iniciativas a las que a cualquier fuerza de oposición le cueste oponerse. Kuczynski y su entorno entienden que con una bancada de solo 18 miembros y un partido de oposición con mayoría absoluta, la situación en el Congreso es, cuanto menos, precaria. Al haber hecho hincapié en la cuestión social, Kuczynski se ha adentrado tanto en el terreno de la izquierda como del fujimorismo. Ambas fuerzas tienen importantes bases de apoyo en los sectores más desfavorecidos, y les sería muy costoso oponerse a iniciativas orientadas a esas partes del electorado.
Tercero, el presidente ha dado un importante mensaje de estilo político. Al exponer los grandes lineamientos de su mandato y dejar el contenido de las políticas públicas para el Gabinete Zavala, parece sugerir que el Consejo de Ministros tendrá un rol mucho más independiente en el quehacer de gobierno. Podría ser parte de una estrategia para cuidar la figura del presidente, que en los últimos tres gobiernos se ha desgastado muy rápidamente.
Es justamente la posibilidad de un rápido desgaste lo que, más temprano que tarde, le quitará el sueño al flamante presidente. Kuczynski enfrentará el mismo reto que sus tres antecesores: cómo mantener una agenda de reformas a lo largo de cinco años sin un partido político estructurado y con cobertura nacional capaz de sostener al gobierno cuando surjan las crisis.
Los últimos tres presidentes, en general impopulares, se beneficiaron de una oposición dividida. Kuczynski tendrá en frente al fujimorismo, al que derrotó por un pelo y controlará el Congreso. El nuevo presidente está obligado a construir capital político propio y mantenerlo. En otras palabras, está condenado a tener que ser popular.