Marilú Martens

En estos últimos días, el anuncio del ministro de Educación, Morgan Quero, sobre el aplazamiento del inicio de ha generado preocupación y debate entre padres y madres de familia, docentes y especialistas del sector. Nuevamente, se reavivan los temores de que, frente a cualquier inconveniente, el Ministerio de Educación (Minedu) opte por suspender las clases presenciales, una solución facilista que vimos repetirse el año pasado durante el APEC y que, desde la pandemia, parece haberse convertido en la primera salida a la que recurre el Gobierno cada vez que las complicaciones aparecen.

Si el Minedu ha decidido aplazar el inicio de clases, es fundamental que esta medida se vea respaldada por un sustento técnico claro y detallado que dé cuenta de una planificación previa. La decisión debe basarse en un análisis riguroso que considere aspectos climáticos, la salud de los estudiantes, las condiciones sanitarias, el contexto epidemiológico y las necesidades pedagógicas. Asimismo, es necesario que se comuniquen de manera transparente las razones que motivan la postergación. Solamente de esa forma no se perderá la confianza de la comunidad educativa.

Dicho esto, también es importante que comencemos a entender la calendarización escolar como una herramienta flexible, capaz de adaptarse a las circunstancias y necesidades de nuestros alumnos, muchos de los que ponen en riesgo su integridad al transportarse de sus hogares a los centros educativos.

Ahora bien, toda flexibilidad debe venir acompañada de una estrategia clara que haya sido premeditada y coordinada por el sector. Adaptarnos a las realidades climáticas de nuestras regiones no debe afectar la calidad educativa que nuestros estudiantes merecen; todo lo contrario: debe fortalecerla. En ese sentido, este aplazamiento debe aprovecharse para hacer un balance de lo ocurrido en el 2024 y para evaluar cómo empezaremos el período del 2025.

A principios del año pasado, la brecha financiera en infraestructura educativa superaba los S/164 mil millones. Además, un 76% de las escuelas no garantizaba un ambiente seguro y efectivo. ¿Qué avances se han logrado de entonces a hoy? ¿Estamos mejor preparados? ¿Cómo podemos aprovechar las semanas que quedan para reducir aquellas brechas? Aunque el aplazamiento del inicio de clases pueda ser necesario a fin de asegurar las mejores condiciones, no debemos dejar que se convierta en un retraso de la resolución de los problemas.

Es el momento para planificar y actuar de manera estratégica, no solo para afrontar las dificultades inmediatas, sino para asegurar que cada alumno tenga acceso a una educación de calidad, independientemente de las circunstancias. Aprovechemos este tiempo para garantizar que no solo el inicio, sino todo el año escolar, se lleve a cabo bajo las mejores condiciones posibles.



*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Marilú Martens es Directora de CARE Perú y exministra de Educación

Contenido Sugerido

Contenido GEC