(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Fernando Cáceres Freyre

Según CPI, si las elecciones fueran mañana, 770.000 personas votarían por Antauro Humala. Mientras tanto, quienes creemos en el sistema democrático y en el sistema de mercado nos seguimos tildando en las redes sociales de caviares y DBA (derecha bruta y achorada). Una situación análoga a la que hace unos años graficó Andrés Edery en una caricatura: dos personas se acusaban mutuamente de ser caviar y DBA mientras el Movadef se colaba delante de sus narices (“Gestión”, 2012).  

Si seguimos jalando ciegamente la cuerda hacia la izquierda y la derecha, la verdad es que todos terminaremos cayendo al barro, incluyendo a nuestros hijos. Por eso, en vez de dedicarnos a exigir acciones a los nuevos ministros, alineadas con miradas polarizantes, como veo están haciendo algunos desde la comodidad del sector privado, bien haríamos en mirarnos el ombligo y pensar qué podemos ofrecer –desde nuestras facciones– para encontrar ese camino país que aún no logramos trazar con claridad.  

El punto cero pasa por aceptar que no se trata de adherirnos a soluciones enlatadas, sino de construir un camino país. Estas “soluciones” suelen ser estáticas, y se definen gracias a la contraposición o confrontación con otras soluciones. Ellas suponen siempre una elección, y por eso tienen partidarios y detractores acérrimos. Nunca hay medias tintas. En cambio, los caminos son enfoques dinámicos que evolucionan en el tiempo. Suponen un aprendizaje dentro de una comunidad y abren la posibilidad a que otras personas se unan para recorrerlo juntos.  

Esto no es mera retórica, tiene gran implicancia práctica. Por ejemplo, es absurdo que desde la derecha se exija “defender la continuidad del modelo de mercado” pensando solo en mercados abiertos. Tal como lo muestra el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage, para que una economía pueda considerarse libre, se asigna exactamente el mismo peso a la apertura de mercados (libertad para comerciar, invertir, y financiera) que al Estado de derecho (efectividad judicial, derechos de propiedad, e integridad gubernamental-anticorrupción).  

Asimismo, es absurdo que desde la izquierda se exija un cambio de modelo, una nueva Constitución y nuevas elecciones (Mendoza, Barnechea, Lescano, Dammert, etc.) cuando no sabríamos a dónde nos llevaría esa “solución” de refundar la república y, sobre todo, porque gran parte del desarrollo económico y social que hemos logrado, incluyendo áreas rurales (Webb, 2013), se debe a las reglas de juego con las que hemos venido trabajando en las últimas décadas.  

De hecho, quienes creemos en el sistema actual, aunque tengamos desacuerdos, deberíamos ya estar de acuerdo en varias cosas. Un gran aprendizaje es la importancia de vivir en paz. También que los derechos humanos no son una “cojudez”, y que la economía tiene reglas que no se pueden cambiar por decreto. Otro es que la meritocracia en la educación no se negocia. Y que desde los ex presidentes hasta los empresarios más pintados pueden ir a la cárcel por corrupción. También que un servicio público no tiene que ser gestionado por el Estado, ni tiene que ser gratis. Y que las reglas o instituciones políticas son esenciales para el desarrollo de la economía. Y así.  

Las decisiones de gobierno, como explicaba el premio Nobel de Economía James Buchanan, son un reflejo de los grupos de interés que nosotros representamos. Lo que Martín Vizcarra y su Gabinete terminen haciendo no será lo que ellos quieran hacer sino lo que puedan llegar a hacer. Aunque, por supuesto, guiados por sus ideas dentro de un marco de intereses en juego en el que todos nosotros contamos. ¿Y tú qué vas a hacer para aportar al camino país?