En un ambiente tan fragmentado, además con el fortalecimiento de los extremos del espectro político, hay gran variedad de diagnósticos de lo que está sucediendo en el país, de los que se deducen diversas líneas de acción. Para la extrema izquierda se ha instalado un gobierno representante del pueblo históricamente excluído, que sufre la agresión de una derecha golpista, oligárquica y fascista, frente a la cual no cabe mostrar debilidad o hacer concesiones; para la extrema derecha ya está en ejecución un plan de destrucción del Estado de derecho para instaurar un régimen dictatorial, por lo que correspondería es buscar la vacancia del presidente Castillo, antes de que se pueda consolidar en el poder. En medio, todo tipo de posiciones intermedias. ¿Qué diagnóstico se ajusta mejor a la realidad?
Creo que el primer paso es constatar algo que todos sabemos, pero que pareciera que se olvida: el que ganó legítimamente la elección es un partido que expresa los sectores más anquilosados y conservadores de la izquierda peruana; y que al mismo tiempo expresa la extrema precariedad de las organizaciones políticas del país. Perú Libre es poco más que la suma de algunos intereses particularistas y corporativos, incluídas sus malas prácticas. Ciertamente no es un grupo cualquiera: el partido de Cerrón logró cierta implantación y presencia regional, no por nada este fue elegido gobernador de Junín en el 2011, presidente de la Asamblea Nacional de Gobiernos Regionales, llegó a la segunda vuelta en la elección del 2014, y ganó nuevamente en el 2018; además, logró en el 2013 la inscripción de su movimiento como partido nacional, algo que otros intentaron sin éxito. Pero también es cierto que Perú Libre obtuvo apenas el 3,4% de los votos en la elección parlamentaria de enero del 2020 y, consciente de su debilidad, Cerrón buscó alianzas diversas, llegando un acuerdo con Pedro Castillo, respaldado por redes magisteriales radicales, articuladas en la huelga del 2017, como sabemos, a la izquierda de Patria Roja y cercanas a las bases del Movadef. Cerrón y Castillo y sus núcleos ciertamente comparten visiones y acaso propósitos estratégicos, pero tienen ahora intereses diferentes (una cosa es ser presidente de la República y otra del partido de gobierno) y su llegada al gobierno responde más a los azares electorales que a un proceso de acumulación de fuerzas.
Todo esto sirve para entender la peculiar combinación de factores vistos en los últimos días en la esfera gubernamental: retóricas y hasta encendidas intenciones revolucionarias, junto a notoria improvisación e incapacidad; y más allá de las ilusiones y temores políticos, lo concreto es la voluntad de ocupar los cargos públicos, para los cuales no se cuenta con cuadros capacitados suficientes (muchos acostumbradas al juego sindical o gremial, pero no a las tareas de la gestión pública y del gobierno), y así responder a la presión de la militancia. La extrema izquierda y la extrema derecha convergen en una mala lectura: ambas sobreestiman la fortaleza del gobierno, minimizan su aislamiento político y social, y su incapacidad para pasar por encima de la oposición en el Congreso.
Esto no significa en absoluto que no existan riesgos significativos para nuestra democracia; en el corto plazo está el de un extremo desgobierno, y una grave pérdida de capacidades en el sector público. Y más allá, en efecto, el de un cambio rápido de las condiciones actuales: ¿qué podría desencadenarlo? A mi juicio, la tentación de implementar un manejo populista y cortoplacista de la economía, para intentar construir una legitimidad que permita arrinconar al Congreso y tentar la aventura de la refundación política a través de una asamblea constituyente. Mientras se mantenga la orientación que el ministro Francke está siguiendo en el MEF, simplemente no existe hoy la posibilidad de que el Ejecutivo doblegue al Parlamento. Tenemos ya como país demasiados, graves y urgentes problemas reales al frente que requieren atención, como para darnos el lujo de sumar otros.
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