(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Ignazio De Ferrari

Hace dos años y medio, el entonces primer ministro británico, , cometió uno de los mayores errores de la historia moderna del : llamó a los ciudadanos a votar sobre la permanencia del país en la Unión Europea. Cameron estaba confiado en que los británicos optarían por quedarse en Europa y convocó un referéndum sin haber planteado previamente qué significaría el ‘’. ¿Cómo se llevaría a cabo la salida de la Unión si triunfaba esa opción y cuál sería el verdadero costo del quiebre con Europa? Tras una campaña llena de engaños por parte de los ‘brexiteers’, una sólida mayoría de votantes decidió redoblar la apuesta del primer ministro consumando el voto a favor de salir de Europa.

Esta semana, dos años después de la votación, el gobierno conservador de finalmente pudo presentar un plan más o menos concreto para definir la futura relación con el bloque europeo. El contenido del documento es razón para cauto optimismo. May propone mantener membresía en el mercado común de bienes, lo que implica mantener alineación regulatoria con Europa. En cuanto al intercambio de servicios, May plantea salir del mercado común, pero manteniendo el comercio abierto a través de un sistema de reconocimientos mutuos. Funcionarios europeos rápidamente han señalado las dificultades de distinguir entre bienes y servicios en buena parte del intercambio existente. Finalmente, May propone acabar con el libre tránsito de personas, pero ofrece un “marco de movilidad” aún poco claro.

Si bien el documento propuesto por May constituye un avance en la dirección correcta, aún no está claro que un ‘brexit’ suave termine materializándose cuando el Reino Unido abandone el bloque el 29 de marzo del 2019. En primer lugar, existe una minoría euroescéptica importante en el grupo parlamentario conservador que busca romper plenamente con Europa. Una de esas voces es la de Boris Johnson, hasta esta semana ministro de Exteriores, quien amenaza activar los instintos populistas de su partido para oponerse al acuerdo. Mantener buena parte de la regulación europea sin participar en las decisiones del bloque significa una clara derrota política para los euroescépticos.

En segundo lugar está Bruselas, que insiste en preservar las cuatro grandes libertades sobre las que se centra el proyecto europeo: el libre comercio de bienes, de servicios, la libertad de movimiento y la libertad de capitales. En su retórica, por ahora al menos, Europa insiste en que May no puede escoger solo las que le conviene.

Finalmente, está el Partido Laborista, la principal fuerza de oposición a May en el Parlamento –y posiblemente en las calles–. El deseo de Jeremy Corbyn, líder laborista, de ser primer ministro a como dé lugar, limita las posibilidades de darle un voto de apoyo a May.

La pelota está ahora en campo europeo. Si May logra mantener el orden en el frente interno, los líderes europeos deberán decidir si acceden a dar concesiones ad hoc al Reino Unido, o si se cierran en la defensa de las libertades fundamentales de la Unión. No son tiempos fáciles para Europa, que enfrenta presiones desde el otro lado del Atlántico –una guerra comercial con los Estados Unidos de Donald Trump podría ser nefasta para las economías europeas– e internamente en el debate sobre la inmigración y el avance de los populismos. La salida del Reino Unido de su órbita política y, en buena parte, económica, significaría un durísimo golpe para el posicionamiento geopolítico de la gran Europa. Por otro lado, si el gobierno de May logra elegir a su antojo solo los elementos de la unión que le convienen, Europa corre el riesgo de dar un mensaje de debilidad frente a otros países euroescépticos que opten por un camino similar en el futuro.

Como ha señalado el semanario “The Economist” esta semana, si las negociaciones con Europa llegan a buen puerto, pero May pierde la votación para refrendar el acuerdo en la Cámara de los Comunes, el bloque europeo debería acceder a darle más tiempo a la primera ministra. May podría convocar elecciones anticipadas o incluso un nuevo referendo en el que se discuta previamente las condiciones de la ruptura con Europa. Son cada vez más voces las que piden esta salida. Sería una oportunidad de oro para volver a hacer una defensa de los beneficios racionales y hasta emocionales del proyecto europeo.