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La malnutrición es una de las amenazas más complejas que enfrentamos en América Latina. Según Unicef, 43,2 millones de personas sufren hambre en la región. La obesidad infantil ha superado al bajo peso en el ámbito mundial, con 188 millones de niños afectados. Estas cifras reflejan una dolorosa realidad donde millones padecen hambre y desnutrición, mientras otros crecen rodeados de alimentos carentes de nutrientes esenciales.
Esta doble carga de malnutrición evidencia desigualdad y profundo déficit en educación alimentaria y políticas públicas sostenibles.
El Perú no es ajeno a esta realidad. La anemia infantil alcanza el 43,7% en menores de 3 años y la desnutrición crónica al 12,1% de los menores de 5. La obesidad infantil continúa en aumento, con proyecciones que indican que para el 2030 más de un millón de niños y adolescentes entre 5 y 19 años vivirán con esta condición. Estas cifras son más que números; son historias de aprendizaje limitado y metas truncadas.
Es imperativo contar con políticas públicas que prioricen la prevención de enfermedades, educación nutricional en hogares y escuelas, y formación continua de profesionales de salud. La ciencia evoluciona constantemente, surgiendo nuevas evidencias y enfoques que transforman nuestra forma de abordar problemas de salud pública.
En un país tan diverso como el Perú, donde necesidades nutricionales varían según geografía, cultura y condiciones socioeconómicas, la formación continua es necesaria para que especialistas recomienden dietas equilibradas respetando la realidad de cada región, detectando enfermedades potenciales y trabajando articuladamente con otros colegas.
Espacios académicos como el Congreso Internacional de Avances en Nutrición (CIAN 2025), realizado en Santiago de Chile, Lima y Cusco, son oportunidades para intercambio de conocimiento y colaboración internacional, generando respuestas innovadoras aplicables a nuestra realidad.
Garantizar buena nutrición es una meta que requiere esfuerzo coordinado entre profesionales capacitados, familias comprometidas y autoridades decididas. Cada acción contribuye a construir una sociedad más saludable. Debemos transformar el conocimiento en hábitos y estos en cultura nutricional, construyendo una base sólida para un futuro donde salud y bienestar sean parte de nuestra identidad.
No esperemos a que las cifras empeoren. Un país más saludable es más fuerte y está mejor preparado para enfrentar desafíos del mañana. Es necesario desarrollar programas y políticas que prioricen evidencia científica, pues solo así lograrán impacto transformador que perdure en el tiempo y beneficie a generaciones presentes y futuras.

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