Editorial El Comercio

Hay dos verdades que la retórica izquierdista no puede alterar por más que intente: lo que puso en marcha el 7 de diciembre con su mensaje a la nación fue un y el principal responsable de ese acto delictivo no fue otro que él mismo. Todos los esfuerzos de los sectores afines a él que tratan de imponer las especies falaces de que el golpe lo dio en realidad el o de que el expresidente se lanzó a romper el orden constitucional porque determinadas personas de su entorno lo persuadieron de hacerlo forman parte de una retórica destinada a mostrar su falta de sustancia en el corto plazo.

Eso, sin embargo, no quiere decir que todos los exministros y asesores que hoy pretenden haber sido poco menos que sorprendidos espectadores de su arrebato totalitario estén diciendo la verdad. La posibilidad de que varios de ellos fueran más bien cómplices del ‘putsch’ no es solo verosímil, sino que cuenta con testimonios que la respaldan. Tal es el caso de la entonces presidenta del Consejo de Ministros, , quien delante de la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales del Congreso ha afirmado que ella el contenido del discurso que Castillo pronunció en esa oportunidad y que acudió ese día a Palacio de Gobierno convencida de que el mandatario se iba a referir a la en su contra que estaba por votarse en el Congreso.

Para su mala fortuna, no son pocos los testimonios que apuntan en otra dirección. Este domingo, por ejemplo, “Panorama” reportó que de la proclama de Castillo ha declarado ante el Ministerio Público que, tras el mensaje en cuestión, Chávez –que también se encontraba en el lugar cuando el entonces gobernante habló frente a las cámaras– le aseguró que se disponía a elaborar un decreto supremo que materializase la “reestructuración” del Estado anunciada por el aspirante a dictador, pues no se podía seguir gobernando con “esa clase política”. De acuerdo con esa testigo, además, Chávez habría abrazado al golpista no bien este hubo concluido la soflama.

La relevancia de este testimonio estriba en el hecho de que, en enero, la fiscalía denunció ante el Legislativo a la también congresista por los presuntos delitos de rebelión y conspiración.

Adicionalmente, como decíamos antes, hay otras voces que dan sustento a esa hipótesis. Por un lado, una reportera de TV Perú, enviada en esa ocasión a la Casa de Pizarro, ha señalado que le preguntó a Chávez si el mensaje a la nación podía ser grabado, como se estila, y que ella respondió que necesariamente debía ser transmitido en vivo. Y, por otro, el entonces ministro del Interior, Willy Huerta, ha relatado que Castillo le pidió que reforzara la seguridad del domicilio de Chávez, y que ella misma lo habría llamado a su celular en tres ocasiones después del discurso golpista.

A esos testimonios hay que sumarle remitidos en esa fecha por la propia presidenta del Consejo de Ministros de entonces a los otros integrantes del Gabinete. Según se ha conocido, en efecto, ella convocó al resto de miembros del equipo ministerial para que estuvieran presentes durante el mensaje de marras habida cuenta de que aquel sería supuestamente un “día histórico”, en el que todos ellos debían estar cohesionados. “Unidad”, reclamó escueta pero elocuentemente en el grupo de chat Gabinete Bicentenario.

¿En qué podía consistir lo supuestamente “histórico” del día en cuestión? ¿Cuál podría ser la circunstancia que requería “unidad” de parte de quienes estaban llamados a refrendar los actos de gobierno de quien en ese momento estaba por ponerse fuera de la ley?

Las posibilidades, a decir verdad, no son abundantes y todas ellas socavan la pretensión de la señora Chávez de haber sido sorprendida por el atropello a la Constitución del actual inquilino del penal de Barbadillo. El Ministerio Público tiene que encargarse de recabar las pruebas, pero para la opinión pública está claro el rol que ella jugó en lo sucedido el 7 de diciembre.

Editorial de El Comercio