
Lo ocurrido este fin de semana en Trujillo parece un símbolo, terrible y ojalá final, de una situación que viene haciéndose común en el país. Puentes que se desploman, buses que se precipitan al río, huaicos que desatan su furia sobre centros poblados… Trances dramáticos que podrían haber sido anticipados y, en esa medida, evitados o mitigados en sus efectos negativos. Porque hablamos de situaciones que han acarreado muertes en muchos casos, y heridos y pérdidas materiales, en todos.
La tragedia de Trujillo, no obstante, tiene características particulares. No en vano se ha convertido en una noticia que ha dado la vuelta al mundo. Seis víctimas mortales –hasta el momento– entre las que se cuenta a una niña de 2 años, y 21 menores de edad entre los heridos. Una circunstancia, en fin, que se asemeja más al argumento de una película de catástrofe que a un evento de la vida real y que, sin embargo, ha sucedido.
¿Quién tiene en este caso la responsabilidad? ¿Los dueños? ¿Los constructores? ¿Las autoridades que debían fiscalizar el cumplimiento de las condiciones mínimas de seguridad en un local de ese tipo? Eso lo determinará la investigación que, sin lugar a dudas, este hecho tiene que motivar y que seguramente tendrá consecuencias penales. Una investigación, además, que por una vez tendrá que ser rápida y eficaz. No solo porque los deudos y las víctimas sobrevivientes merecen reparaciones, sino porque, como decíamos, este caso tiene también una dimensión simbólica. Estamos en el país donde todo se derrumba y nadie tiene la culpa. Los ciudadanos están desprotegidos ante desgracias como estas. En las redes sociales son muchas las voces que señalan culpables, pero es una investigación la que debe determinar ello.
Dicho esto, debe quedar claro que lo ocurrido no es una fatalidad, pues, insistimos, había formas de prevenirlo. Al ordenar ayer la clausura por 30 días del Real Plaza de Huancayo por deficiencias en su estructura, la municipalidad de esa localidad está dando precisamente señas de ello.
Atender a los afectados por el desplome del techo en Trujillo y establecer las responsabilidades de que el penoso acontecimiento se produjese es, por supuesto, de gran importancia. Pero tanto o más relevante que aquello es aprovechar esta circunstancia para tomar medidas que conduzcan a que este no sea solamente el más reciente de los derrumbes previsibles de los que somos cíclicamente testigos en el país, sino, literalmente, el último.