Dos meses atrás, con ocasión de la censura al entonces ministro del Interior, Juan José Santiváñez, comentábamos en esta pequeña columna que, en coincidencia con lo que dictaban los calendarios, al gobierno le había llegado el otoño. No nos referíamos, claro, solo al cambio de clima verificable en el mundo exterior, sino también a uno simbólico. Había iniciado para el Ejecutivo, decíamos, una estación política en la que también todo se marchitaría y se tornaría mustio. Eso, al menos, era lo que sugería la suspensión de la entente tácita entre las bancadas mayoritarias del Congreso y la administración de la señora Boluarte que había precipitado el licenciamiento de Santiváñez. Añadíamos, sin embargo, que lo que realmente debía preocupar a la mandataria era que, terminado el otoño, inexorablemente llegaría el invierno. Y ahora, con la presión ejercida desde la Plaza Bolívar para que despachase a Adrianzén, es evidente que el arribo de la temporada del granizo y la escarcha está para ella a la vuelta de la esquina.

Ilustración: Composición GEC
Ilustración: Composición GEC

Adrianzén, en honor a la verdad, llevaba ya tiempo penando por los pasillos de la PCM, pero la demora de Fuerza Popular en enviarle el ‘memo’ en el que, con la apariencia de comunicado, le notificaba su condición de finadito hizo que él y la presidente soñaran hasta horas antes de su renuncia que podía continuar portando el fajín hasta nuevo aviso. La ilusión, no obstante, se extinguió no bien el ‘memo’ en cuestión fue divulgado, y a partir de ese momento se desató en las alturas del poder un corre – corre para elegir al sucesor del premier del ceño fruncido. Varios nombres aparecieron pronto en las especulaciones de los que conocen los intríngulis de Palacio. Todos, desde luego, provenientes del círculo doméstico de la jefe del Estado, pues era obvio que ella no permitiría intrusos en esa especie de Búnker desde el que ha decidido gobernar mientras las tropas de sus ubicuos enemigos avanzan.

— Periódicos, botellas… —

La señora Boluarte, sin duda, se disponía a reciclar. Y con ese ánimo, hizo con su triciclo un breve paseíllo por las callejuelas del gabinete ya existente susurrando quedamente aquello que los recicladores profesionales suelen proclamar a voces. Al decir de los entendidos, los candidatos al ascenso eran los ministros Astudillo, Maurate, Quero y Arana. Pero, sobre todo, estos dos últimos. Escobillón en mano, el primero había venido haciendo ruidosos méritos desde tiempo atrás, mientras que el segundo, afirmaban los rumores, ejercía sobre la mandataria una influencia tan determinante como discreta, que le prestaba a ratos la sensación de seguridad.

Conociendo la prudencia con la que enfrenta este tipo de procesos, es probable que la presidente haya optado por resolver el dilema arrojando una moneda al aire y, como es de público conocimiento, esta cayó por el lado que favorecía a Arana. Así, el ex titular de Justicia se ha convertido en el premier con el que la gobernante deberá enfrentar el invierno que se le viene encima no bien culmine ese anticipado veranito de San Juan que vivirá estos días en Roma. Pero la pregunta que muchos se hacen es si el hombre tendrá las condiciones que la tarea requiere. La respuesta corta es, desde luego, no… El contexto, sin embargo, a veces lo es todo, y la circunstancia de que no vaya a lanzar vivas al autismo o a dispensar el calificativo de “ratas” a los muertos durante las protestas contra la administración que encabeza su jefecita luce de pronto como una virtud imprescindible para la travesía de la cruda estación que se cierne sobre el gobierno. Lo demás, en buena cuenta, se soluciona abrigándose bien.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista

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