Carlos Univazo

caminó lenta y silenciosamente hacia el estrado mientras los periodistas parecían esta vez entender su mutismo. Una voz callada que contrastaba con la estridencia de la multitud. Eran los pasos del campeón, también los del final. Tomó de la mano al ‘Puma’ con el afecto de quien se despide y juntos treparon al estrado para alzar el trofeo y ofrecérselo al hincha. Fue el pretexto para la explosión, el frenesí. Un momento increíble para un título imposible que cobraba forma de realidad. Una euforia desatada para desahogar la angustia de horas muy críticas. Un final feliz para que todos los que estaban en la fiesta se llevasen en una postal instantánea el recuerdo de lo que lograron apretando los dientes, casi con el valor que presta la desesperación.

No había resentimientos ni palabras de reproche, la felicidad permite las reconciliaciones eternas. No hubo tampoco despedidas formalizadas, las vueltas olímpicas otorgan el don del sentido común. No hubo más lamentos, porque este equipo venció a todo, inclusive a la sospecha y el error reiterado.

Lo ganó a pulso

Sobre la cancha el equipo de los bolsillos flacos daba rienda suelta a su desenfreno. Fueron 180 minutos sin recibir un gol del rival que le había ganado los dos duelos en el trámite regular del Apertura. Pero también fue la demostración, ahora sí incuestionable, de que en los clásicos que definen cosas de valor, los cremas son un rival indescifrable, invencible, para Alianza. Ayer, cuando el hincha blanquiazul pensaba que su once tiraría a matar ante un adversario al que suponía volando bajo en lo anímico, se encontró con que este estaba más fortalecido que nunca. Lo sorprendió. Lo apretó en toda la cancha, no lo espero en la propia agazapado y tembloroso. Le cambió el libreto con la presencia de Sotil desde el inicio y por lo tanto con dos puntas al acecho tapando las salidas de los laterales e impidiendo la salida de Soto que ayer empalideció por primera vez en el Apertura ante la presencia del ‘Cholito’, que literalmente ‘jugó’ con él. Una irreverencia que Pepe nunca logró castigar.

Pero el equipo de Cappa no fue apenas un puñado de destructores. Tuvo un mediocampo de mucho toque corto, laterales proyectados al ataque cuando fue necesario. Un hombre muy sólido en su puerta como Ibáñez, que es de esos que cuando abren los brazos parece que las bastara con eso para llegar a cualquiera de los dos verticales. Alianza en cambio fue menos de lo previsto. Holsen y Farfán ‘tío’, en la suma, resultaron menos que Aguirre y Farfán ‘sobrino’ en su paso por el Monumental porque son afines al área y no a sus inmediaciones, no tienen el despliegue generoso que se requería ante un mediocampo superpoblado como el merengue, que asfixió a Barrionuevo y Quinteros, a quienes ‘absorbió’ por completo.

Ibáñez trepado en el arco norte, Chemo aplaudiendo a la trinchera, el ‘Puma’ haciendo gestos desafiantes al palco trujillano que los dirigentes íntimos tiñeron calculadamente de azul como color exclusivo. Las imágenes del campeón, las mismas que se dibujaron en Matute tres años atrás. Una fotografía del pasado actualizada por un milagro de fe. Un título que en Ate se festeja como ninguno, porque es distinto a todos los demás. Una derrota que en Matute lacera, que duele, como duele lo que se quiere y no se puede tener. Eso es el fútbol, lamento o alagarabía, infierno o paraíso. El equipo de la ‘U’ incrustada en el pecho mira a todos desde arriba otra vez. Y deja una moraleja casi bíblica: Se puede ser pobre y alcanzar el cielo. Si no lo sabrá el Chemo en la hora del adiós... si no lo sabrá usted también.