La obra de Hernán Bartra narra las aventuras de tres niños: Coco, Vicuñín y Tacachito.
La obra de Hernán Bartra narra las aventuras de tres niños: Coco, Vicuñín y Tacachito.
Enrique Planas

Detener un cargamento de contrabando en el Callao, subir a la cumbre del Huascarán, enfrentar a los pillos que han raptado a un niño sabio o encontrar al último inca, guardián de las momias del imperio. Así de ambiciosas resultan las historias protagonizadas por tres niños, los ya célebres Coco, Vicuñín y Tacachito. Sus aventuras se definen por la acción trepidante, la vitalidad infantil, el humor criollo y la libertad feroz, siempre imaginadas por un artista igualmente ambicioso: Hernán Bartra (1932-2020).

La publicación de “Coco, Vicuñín y Tacachito” con el sello de Planeta Cómic, cuatro décadas después de su última circulación en periódicos, se celebra no solo por la importancia de este título en la historia del cómic peruano, sino porque va normalizando en nuestro medio las ediciones legales de historietas de autor, por mucho tiempo víctimas de los piratas de imprenta.

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En efecto, la obra de Bartra (conocido por su seudónimo Monky) forma parte de la memoria sentimental de los peruanos. Era el más popular título dentro de la revista “Avanzada”, auspiciada por la Iglesia Católica. No solo formó parte de las lecturas de los niños de la generación de los años 50, sino también de los 70 y 80, pues tuvo la fortuna de encontrar diferentes reediciones a lo largo de los años.

—Vuelve la aventura—

Redescubrir a esta entrañable pandilla se siente como reencontrarse con amigos de infancia. Para el escritor español Hernán Migoya, responsable de la edición, el reencuentro supuso varios retos, como suele suceder al investigar un cómic histórico. El primero tiene que ver con el estado del material original: Silvana Bartra, hija del artista, radicada en Denver, EE.UU., antes de partir le confió los originales a un amigo íntimo de su padre, Víctor Hugo Velázquez Cabrera. Fue en su casa en el Callao donde Migoya descubrió y estudió estas planchas dibujadas. Todas habían sufrido una serie de retoques, intervenciones y cambios en el rotulado a cargo del propio autor, con el propósito de adaptarlas a sucesivas reediciones. La última de ellas fue en “El Trome”, suplemento del diario “Expreso”, en la década del ochenta.

A Migoya le hubiera gustado preguntarle a Bartra la presente huella de Walt Disney en su estilo, así como la personalísima agilidad de sus personajes. Pero ante la ausencia del maestro, solo podía admirar en silencio aquellos originales. La finura del trazo le recuerda los trabajos de Terry Austin, el mejor entintador de la Marvel en los años 80. ¡Pero Austin no había nacido cuando Bartra ya dibujaba! Estaba claro: era un virtuoso del dibujo. Y su trabajo estaba en peligro de olvidarse.

El volumen recupera solo una cuarta parte de los originales existentes, aquellos cuyas aventuras se encuentran completas. Con el apoyo del dibujante Diego Revelo, se rehicieron los rótulos de diálogo en todas las páginas, lo que permite que la obra de Bartra resulte legible y disfrutable para el lector de hoy.

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—El tiempo de los niños—

Las historieta de Bartra tiene como contexto el proyecto de educación en valores que inspiró la revista “Avanzada” (1953-1968), auspiciada por la Iglesia Católica, y su propio interés en resaltar la solidaridad, la fraternidad y el amor a los pueblos del Perú. Encontramos en su historieta la artística intención de configurar una identidad peruana y unir a los pequeños lectores alrededor de un propósito nacional. En efecto, conquistar el Huascarán resulta una gran aventura, pero también es una metáfora de las metas que debe plantearse toda sociedad para conquistar su futuro. Para Migoya, estos propósitos son deslizados por Bartra de forma muy sutil y nada discursiva: “Los niños que representan fraternalmente las tres regiones del país representan esa voluntad por cimentar un sentimiento nacional. En ese sentido, forma parte del positivismo propio de la época. Al ser un cómic infantil no hay cinismo, no hay crueldad. Hay una voluntad de conciliación sobre las diferentes maneras de ser peruano”, afirma.

Pero no todo es fraternidad en el interior del grupo: si bien la amistad de los tres pequeños protagonistas es especialmente sólida, las peleas y divertidas discrepancias queda en patas de las mascotas de la pandilla. Así, el perrito Sulki y el loro Flori se trenzan en peleas que no se le han visto ni el coyote y el correcaminos de la Warner. Son el dúo bufo que se permite decir lo que los humanos no se animan.

—El tiempo de los niños—

Grandes protagonistas merecen memorables rivales. Y en la historieta de Bartra, el dúo malvado encarnado por Granito y Groucho puede hacer de todo sin mayor arrepentimiento: son asesinos, secuestradores de niños, contrabandistas. Y, sin embargo, como advierte Migoya, hacen mucha gracia por su toque de ingenua familiaridad. Cuando los héroes son capturados y amarrados, el lector sabe que muy pronto serán liberados por sus compañeros, como si jugáramos a policías y ladrones. “Es cierto que los delitos de estos villanos son bastante graves. Sin embargo, se lo toman con una ligereza muy divertida. Y terminada la aventura, saben que se verán en la próxima. ¡Parece que están deseando volver a verse! Hay un punto en que te encariñas con ellos. Sin el mal, no hay aventura”, dice el editor.

Como advierte el escritor catalán, también hay en las páginas ciertas expresiones o comportamientos que, producto de su tiempo, pueden resultan machistas o racistas para la sensibilidad del lector actual. “Una de mis motivaciones a la hora de desenterrar este tipo de joyas es descubrir los cambios en la moral de la época. Es maravilloso ver lo viva que está la obra de Bartra y, a la vez, lo rebelde que fue en su tiempo”, explica.

Piensa parecido el fundamental historietista Javier Flórez del Águila, autor del prólogo de la edición, quien recuerda que el sacerdote jesuita Ricardo Durand Flórez, director de la revista, se hacía de la vista gorda con respecto a obras más subidas de tono de Bartra y de su compañero Osorio. “Era un secreto a voces que todos los que formábamos el equipo artístico en ‘Avanzada’ pensábamos que nuestro director conocía de sobra esa aventura non sancta de nuestras estrellas, pero la clase de Durand se puso en evidencia porque nunca mencionó esta travesura. El futuro arzobispo del Callao era un tipo con clase”, escribe.

—Vigencia de un clásico—

Para Migoya, hay varias razones que convierten a “Coco, Vicuñín y Tacachito” en un clásico. “Es fácil decir que se trata del mejor cómic infantil de la historieta peruana”, afirma. “A nivel técnico, no he visto ningún dibujante en el Perú (y poquísimos en el mundo) que tenga el virtuosismo de Hernán Bartra. Su trazo es realmente modernísimo. Sus páginas no parecen dibujadas en los años 50″, explica. Asimismo, los encuadres de sus viñetas resultan especialmente notables para su época. La inclusión del lorito Flori le permite dibujar sus escenas a vuelo de pájaro. “Bartra ‘ponía su cámara’ en cualquier lado, sus historietas son de un sorprendente dinamismo y agilidad. La acción es imparable. Además, hay en Bartra como contador de historias una lúcida autoconciencia, un humor metalingüístico que permita al narrador reírse de sí mismo. Es impresionante”, destaca el experto.

Asimismo, ‘Monky’ experimenta en sus historietas su intención de “traspasar la cuarta pared”, como se dice en el teatro, para hablarle al lector directamente. “Para una historieta producida en los años 50, aquella experimentación resulta sorprendente”, afirma Migoya.

Sepa más

El libro se presentará el jueves 3 de abril, en la librería El Virrey de Miraflores, a las 7 p.m. Participarán Patricia del Río, Silvana Bartra, Javier Flórez del Águila y Hernán Migoya.

SOBRE EL AUTOR

Enrique Planas (Lima, 1970) es escritor y periodista cultural. Es autor de novelas Orquídeas del Paraíso, Alrededor de Alicia, Puesta en escena, Otros lugares de interés y Kimokawaii. La Feria Internacional del Libro de Guadalajara lo reconoció como uno de Los 25 secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana.

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