
Mientras escribía “El amor es imposible”, murió su madre. Este hecho le hizo resignificar varias ideas contenidas en este libro, sobre todo a partir de una revelación que ella le había compartido meses antes: su historia de amor con un hombre que no era su padre. “Eso me hizo pensar en esos lugares comunes en los que están arraigadas nuestras ideas y vivencias concretas sobre el amor”, comenta Darío Sztajnszrajber. “Mi mamá estaba enamorada de otra persona, y lo paradójico fue que vivió ese amor de un modo muy particular. Después de muchos años, lo ‘único’ que ella pudo hacer fue encontrarse con ese hombre durante una hora. Conversaban nimiedades, pero esa hora no solo resultaba significativa para ella, sino, de algún modo, consumaba ese vínculo”, afirma el filósofo argentino.
Más allá de esta experiencia –o quizás movido por ella–, el pensador conocido por llevar la discusión filosófica a la radio, la televisión y los espectáculos en vivo deconstruye los significados del amor para ver qué cosas nuevas aparecen, planteando ideas tan sugerentes como: “el amor es imposible porque todos los amores no son más que una copia del único verdadero: ese primer amor que nunca existió”, o esta otra: “el amor es imposible porque todo amor es siempre un desamor”.
Entre las tesis del libro, afirmas que necesitamos deconstruir nuestra concepción del amor y de lo imposible, para que en ese desajuste puedan brotar otras versiones. ¿Cuáles serían esas otras versiones?
El eje del libro tiene que ver con inscribir la cuestión amorosa en una filosofía de la deconstrucción, en la que se trata más de desarmar formas instituidas para poder, digamos, habilitar otras para que acontezca lo imprevisible, aquello que todavía no hemos pensado. Un primer punto tiene que ver con problematizar las formas en que hoy vivimos el amor. No para destruirlas, sino para rescatar lo genuino que estas tienen. El ejemplo más claro es la idea del amor como el encuentro con el otro, y cómo ese encuentro pierde, justamente, lo más interesante que tiene: toparse con un otro en su otredad para reducirlo a lo que uno necesita. Desarmar ese fagocitamiento del otro es de algún modo recuperarlo. Ante la pregunta de cuáles son esas otras formas posibles, eso ameritaría una transformación mucho más radical de nosotros mismos como sujetos amorosos para empezar a visualizarlas. Esos bocetos no tienen que tener la contundencia de lo categórico, están abiertos a lo que pueda empezar a darse.
Por ejemplo, en una de mis tesis aparece la interesante relación entre el amor y la amistad, repensando hasta qué punto el amor podría tomar tópicos de la amistad para moverse de ciertos lugares más rígidos. En otra tesis está la cuestión de lo incalculable que tiene que ver, justamente, con no pensar el amor en términos productivos o de cálculo, sino todo lo contrario: una forma de poner en jaque nuestra concepción de la productividad. De alguna manera, el ideal romántico del amor, el sentido común amoroso, está asociado con una forma del sujeto que se concibe a sí mismo libre y autónomo. Me parece que salir de esta forma de amar supone también salir de la forma en que nos pensamos a nosotros mismos.
—En lo andado ya en este siglo XXI, ¿es el momento de resignificar el amor para que todo estalle, como dices, y ver qué pasa?
La clave del sentido común tiene que ver con que, de algún modo, este nos atraviesa formando nuestra subjetividad. Uno cree que está pensando y en realidad “nos están” pensando. Uno piensa lo que se piensa, cree lo que se cree, siente lo que se siente y también ama como se ama. Poner en jaque ese sentido común implica subvertir aquellos lugares que dábamos como seguros o naturalizados.


—¿Y cómo se hace?
Nietzsche usa la metáfora del martillo para golpear detrás de aquello que parece tener una solidez y auscultar allí la existencia de un vacío, un artificio. ¿Qué hay detrás de nuestra forma de vivir el amor, con tanta seguridad, cuando en la práctica vivimos permanentemente conflictos que terminan resultándonos muy frustrantes? Ahí se produce un estallido donde se van desanudando lugares que teníamos demasiado anudados. Cuando uno se va dando cuenta de esto, algo empieza a derrumbarse, generándonos una sensación de liberación. Libres de mandatos y expectativas que delineaban lo que creíamos que éramos.
—Escribes una frase, inspirada en el Mayo francés de 1968: “Seamos realistas, pidamos el amor imposible”, ¿cuál es ese amor?
Yo creo que esa frase de algún modo explica el contenido del libro. ¿Cuál es la paradoja que plantea la frase? Se supone que ser realista no es luchar por lo imposible, sino asumir lo posible. Y la experiencia del Mayo francés viene a redefinir el significado de ser realista. Es como decir: “El verdadero realista es el que defiende y lucha por la verdadera realidad que no es aquella enajenada en la que vivimos”. Con el amor pasa el mismo: ser realistas no es atenerse a las formas del amor que conocemos, el amor que creemos que no puede ser de otro modo. Se trata, justamente, de atravesar esa construcción para ver otra realidad posible del amor: una realidad que nos tienta y habita en nuestras fantasías, nuestros deseos y que, sin embargo, estamos todo el tiempo domesticándola, porque suscita el derrumbe general de lo que somos. Y no deja de ser el amor, por su intensidad, por la perplejidad que nos genera, una especie de puerta para empezar a difuminar esos lugares de tanta rigidez, difuminar nuestra forma de pensar lo real. Me parece que ese es el sentido del juego de la frase.
—Si partimos de la premisa de que el amor existe en su imposibilidad, ¿cuándo se hace posible, se extingue o se transforma en otra cosa?
Digamos que hay una manera de vivir el amor desde el sentido común directamente vinculada a una manera de vivir la existencia desde ese mismo sentido común. Entonces, pensar el amor como imposible es intentar salirse de esos formatos. O sea, hasta qué punto, desplazándonos de los lugares instituidos del amor, vamos reconociendo y dejándonos contaminar por otras formas de relacionarnos con nosotros, con el otro y con las cosas. Entonces, cuando el amor se hace posible, la pregunta es ¿qué significa que se haga posible? ¿Es cuando el proyecto amoroso se inscribe en las formas establecidas del amor? Aquel que está convencido de ello y desea ello, va a encontrar ahí su propia realización; pero quienes no, o incluso quienes apuestan a esas formas establecidas pero sienten que hay algo que no les cierra, entonces eso se vuelve un hilo conductor para repensar que hay algo en el fondo que no funciona. Entonces, el amor es imposible porque es incalculable, porque es a destiempo, porque es inefable. La mayoría de esas características no nos proponen una forma del amor que se adecúe a lo establecido, sino al revés: que se inadecúe. De algún modo, jugando también con la idea de que el vínculo con el otro no tiene que ver con el acople, con la adecuación, sino con la diferencia.