(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
Hugo Neira

En lengua castellana, el decente es el que es modesto y honesto. Pero una casta a la vez dominante e inepta le ha dado otro sentido. “El ideal de la decencia lo defiende la élite limeña para mantener privilegios sociales después de la independencia. Alegaban una superioridad moral que les otorgaba inmunidad ante la aplicación de la ley” (Pablo Whipple). Sin embargo, en mi vida he hallado, afortunadamente, muchos decentes. Citaré apenas unos cuantos.

Había una vez un joven peruano que regresa de México y escribe para devolvernos un Piérola diferente y, a la vez, darle doctrina al partido Perú Posible, desde un concepto, el “posibilismo”. Hugo Garavito brillará en el periodismo y en los medios. Su idea-fuerza fue la democracia social. Sin embargo, Toledo, ya presidente, lo despertaba a medianoche, preocupado por lo que escribía. Toledo siguió en lo suyo. Y la decencia de Garavito, en ese amanecer democrático, se fue con su creador.

Decente es el íntegro, el sincero. Pienso entonces en Alberto Adrianzén, en su adiós a la izquierda. En junio del 2007, se va diciendo: “No sirven ni para la revolución ni para las reformas” (“Socialismo y Participación”, número 103). Pienso en Béjar, después de las guerrillas de 1964-65, quien admite sus errores en un balance sin mentiras. Pienso en ese momento alto de la izquierda cuando Mirko Lauer convoca a Félix Arias Schreiber, Gustavo Espinoza, Ricardo Letts, Carlos Malpica, Francisco Moncloa, Felipe Portocarrero. Ninguno esperaba enriquecerse mediante algún rango en el Estado. Pienso en Flores Galindo, su franqueza, “la nueva izquierda, sin faros ni metas”. Y luego, “Tiempo de plagas”, y su testamento, admirable: “Algunos imaginaron que los votos de la izquierda les pertenecían. Pero las clases populares piensan, aunque no lo crean ellos. Los pobres no les pertenecen”.

¿Qué pasó? Conversaban gente muy diferente. Armando Villanueva y Pablo Macera. Y Jorge Basadre con Macera, que es el más grande historiador en vida, aunque los cubileteos en San Marcos lo llevaran a un voluntario alejamiento, en una Chosica convertida en Santa Helena. No todo es trampa y ambición. ¿Qué objeción a la trayectoria de Rafael Roncagliolo como ministro en Torre Tagle? Y no hay interés alguno cuando la caridad filosófica de Francisco Miró Quesada intenta darle una doctrina a la Acción Popular de Fernando Belaunde. Decencia es el No de Raúl Porras Barrenechea, en San José de Costa Rica.

El deseo de enriquecerse, teniendo como meta un caserón en Las Casuarinas y algunos millones en un paraíso fiscal, es de nuestros días. Pero mientras se vienen abajo unas capas sociales, Carmen McEvoy sigue creyendo en la forja de la nación, y Martín Tanaka discute estos tiempos de la antipolítica. Y ante Sendero Luminoso, los escritos con coraje de Iván Degregori, su “Qué difícil es ser Dios”, es lo mejor que se ha dicho sobre las ambiciones de Abimael Guzmán, dignas de Gengis Khan.

Hemos llegado al final de este artículo y de mi presencia en este Diario. Me han hecho saber que prescinden de mis artículos. Acaso una persona como yo resulta imprevisible para los poderes fácticos. He citado a intelectuales. Porque desatendidos por las nuevas generaciones, son lo mejor que tuvo y tiene el Perú. Incluyendo a los que se fueron, Pásara a Salamanca; Scorza, Julio Ramón Ribeyro y Vargas Llosa, a París. Algunos hemos vuelto. Y aprovecho para decir que jamás el director de este Diario, Juan José Garrido, me observó un artículo. Este es un adiós sin rencor.