Macarena Costa Checa

Nos han enseñado –aunque recientemente, debo decir– a celebrar a las mujeres que rompen techos de cristal. Hoy quiero hablar de las que sostienen los pisos sobre los que caminamos.

En los últimos años, la conversación en torno al cuidado ha ganado espacio y urgencia. Esto me parece crucial, porque no solo pone sobre la mesa un tema históricamente relegado, sino que abre una discusión que encuentro profundamente valiosa. Si bien se habla más de la importancia del cuidado, aún suele reducirse al trabajo doméstico, la maternidad o la crianza. Sí, todo eso es cuidado. Pero es mucho más. Es el tejido invisible que sostiene la vida cotidiana, el trabajo silencioso que permite que todo lo demás funcione tan bien que nadie se detenga a preguntar cómo funciona. Su propia naturaleza esquiva hace que pase desapercibido incluso cuando lo atraviesa todo.

Detrás de todas las mujeres con grandes carreras que conozco, hay –o ha habido– otras sosteniendo su camino. Madres, hermanas, abuelas que asumieron responsabilidades en el hogar; trabajadoras del hogar, cuidadoras que organizaron y gestionaron la vida cotidiana para que las primeras pudieran concentrarse en forjar su propia idea de éxito. Sin su trabajo, muchas de las figuras que hoy celebramos quizás no habrían tenido la oportunidad de llegar tan lejos. Este trabajo silencioso y entregado ha sostenido el mundo por generaciones.

A lo largo de la historia, el trabajo de cuidado ha existido en las sombras. No porque no sea crucial, sino porque se ha asumido como un deber, no como una pieza fundamental del entramado social. Nombrarlo, traerlo a la luz y conversarlo no es solo un acto de coherencia; es cambiar la forma en la que entendemos aquello que mantiene en marcha a familias, economías y sociedades enteras.

Cuando hablamos de mujeres, la conversación siempre es un universo en expansión. Por un lado, es clave visibilizar a las que rompen techos de cristal. Por el otro, igual de importante es hablar del trabajo invisible –casi siempre a cargo de mujeres– que permite que esas conquistas sean posibles. No son historias separadas, sino capítulos de un mismo relato. Invisibilizar una parte es contar solo la mitad de la historia.

Hoy, cuando pienso en las mujeres que más me inspiran, no pienso de frente en las que nos han abierto caminos en grandes escenarios (su trabajo es invaluable), sino en aquellas que, sin aplausos ni reflectores, han hecho posible que tantas otras puedan avanzar. Hoy honro y agradezco a las mujeres que nos cuidaron.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Macarena Costa Checa es politóloga

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