Javier Díaz-Albertini

En el 2006 el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó un importante estudio sobre la democracia en el Perú. Una de sus principales conclusiones era que las expectativas de la mayoría de los peruanos eran bastante modestas. Y cito: “Medio Perú aspira, como si fuera un ideal de vida, a mensuales de S/800 al mes; es decir, a menos de US$250... Es un ideal modesto. Son unos sueños a la medida de la realidad nacional, alcanzables” (2006: 93).

Me vino a la mente esta cita al examinar la “I Encuesta nacional de percepción de desigualdades 2022″ (Oxfam-IEP), publicada hace pocas semanas. Al ser preguntados sobre el monto mínimo mensual que requiere su hogar para vivir, la cifra sigue siendo modesta, 16 años después del estudio del PNUD. Un 59% señaló que el monto requerido sería menos de S/2.001.

Si es tan poco lo que la mayoría requiere, ¿por qué es tan difícil alcanzarlo? Es necesario entender que las diferencias en ingresos percibidos en nuestro país son enormes, especialmente cuando comparamos el ámbito urbano con el rural. Si revisamos el ingreso promedio mensual proveniente del trabajo entre el 2006 y el 2021, encontramos que el urbano siempre es de 2 a 2,6 veces superior al rural (INEI). El ingreso rural en estos momentos es de alrededor de S/750 mensuales, muy por debajo del promedio considerado como mínimo por los encuestados en el estudio Oxfam-IEP (S/2.213). Es decir, se necesitaría triplicar los ingresos para alcanzarlo.

Lo que hemos aprendido –pero muchos niegan– es que las estructuras económicas y políticas dificultan una más justa distribución de ingresos, una mayor efectividad redistributiva del Estado y un incremento en las oportunidades para los que menos tienen. Y esto lo intuye el común de los peruanos como bien muestra la encuesta en mención. Al ser preguntados por las diversas , la gran mayoría considera que son muy graves las que existen entre ricos y pobres (72%), entre ciudades y zonas rurales (61%) y entre Lima y el resto del país (56%). Es decir, las diferencias que marcan la actual polarización política.

Con respecto a la diferencia entre ricos y pobres, el importante crecimiento económico en las últimas tres décadas tuvo un efecto en reducir la pobreza monetaria a menos de la mitad. La desigualdad medida por el coeficiente de Gini, no obstante, se mantiene prácticamente sin cambio desde hace más de una década. Hay estudios que indican que el impacto preponderante del mercado en la reducción de la desigualdad llegó a su pico hace unos diez años y, desde ahí, las transferencias estatales han tenido mayor efecto (Yamada et al, 2016). En pocas palabras, el crecimiento está lejos de ser suficiente, sino que tiene que estar acompañado de un Estado redistributivo, eficiente y honesto.

Este también es el sentir de la mayoría de los encuestados por Oxfam-IEP: el 70% opina que el Estado debe implementar políticas firmes para reducir la desigualdad de ingresos. Asimismo, un sólido 81% piensa que, si la gente pagara sus impuestos, el Estado podría mejorar los servicios públicos para todos. Sin embargo, solo el 23% considera que los peruanos pagan los impuestos que deben, bajando al 12% en el caso de las empresas y al 10% en el de los ricos.

Y ahí está una parte sustancial del problema. Como hemos indicado en una columna anterior, según la Cepal, somos uno de los países con mayores índices de evasión en América Latina. Entramos así en una secuencia perversa: no pagamos los impuestos que debemos porque desconfiamos de un Estado que, a su vez, no cuenta con suficientes recursos para redistribuir hacia los que menos tienen, lo que aumenta la desconfianza y mantiene inamovible la desigualdad. Las continuas crisis políticas facilitan la corrupción e ineficiencia que exacerban esta situación.

Los reclamos de la mayoría de los peruanos son atendibles (ingresos, educación, salud). Satisfacerlos generaría las condiciones propicias para unir al país y brindar mayores oportunidades para todos. La inercia, no obstante, parece haber invadido nuestra forma de ser. Lo que se encuentra tan cerca termina siendo inalcanzable.

Javier Díaz-Albertini es sociólogo y profesor de la Universidad de Lima