
Esta semana, en una iluminada pieza oratoria destinada a denunciar el “golpe blando” que la mala prensa y la fiscalía tienen en marcha, la señora Boluarte nos ha revelado que el ministro Juan José Santiváñez tiene una misión más alta que la de capturar criminales. Al tiempo de asegurar que continuará al frente del sector Interior, la presidente proclamó que el mentado funcionario “seguirá limpiando ese ministerio de los caviares que lo habían capturado para trabajar a través de consultorías y seguir robando el dinero de todos los peruanos”. Una acusación seria que, por eso mismo, nos lleva a una pregunta poco menos que ontológica: ¿quiénes son los caviares?

Mal que les pese a las personas a las que se les atribuye tal condición, el término ha echado raíces en el argot político local y cualquier peruano informado algo entiende cuando escucha que fulano o mengana es caviar. La duda fundamental, sin embargo, es si todos entienden lo mismo. Y en esta pequeña columna pensamos que no. La voz en cuestión no expresa un concepto claro y distinto, sino un cúmulo de características que no se presentan siempre de manera plena en los individuos así aludidos. Pero, en realidad, lo mismo puede afirmarse de otros vocablos usuales en el debate ideológico criollo; algunos, incluso, con pedigrí académico, como ‘neoliberal’ o ‘progresista’. De otra forma no podría explicarse que tantos ‘neoliberales’ favorezcan el intervencionismo económico o que tantos ‘progresistas’ miren con ojos soñadores el orden de cosas, ciertamente reñido con el progreso, que impera en Cuba. Algunas nociones relativas al significado de la palabra de marras, no obstante, pueden distinguirse.
–Que los hay, los hay–
Para empezar, desde su primera aparición, en la confrontación política francesa, el término ha buscado ser una referencia escarnecedora a aquellos que predican la revolución y, sin embargo, se regalan con consumos burgueses: huevos de esturión, desde luego; pero también whiskys de etiquetas no precisamente rojas y rapé en distintas presentaciones. En ese sentido, se podría aseverar que todo caviar es de izquierda. Pero, cuidado, no todo izquierdista es caviar. El zurdismo provinciano, de hecho, les ha dispensado a sus primos capitalinos el mote que nos ocupa a manera de descalificación racista. “Mistis”, los ha llamado. Y esa voz quechua suele traducirse como “persona que no pertenece a la misma etnia” o, sencillamente, “señor de raza blanca”. ¡Achachau!
Entre nosotros, el vocablo es endilgado también a los profesionales de las ciencias sociales y abogados que encuentran una y otra vez la forma de colocarse dentro de la estructura del Estado para abogar por los pobres mientras pasan por caja con carretilla. Su trabajo, se asevera, no tiene aplicaciones prácticas y se demora en diagnósticos que persiguen la imposición de la cultura ‘woke’ en nuestra sociedad. Y en sus ratos libres – esto es, entre una asesoría gubernamental y otra– trabajan supuestamente para alguna ONG financiada por el cochino capitalismo yanqui. En fin, la enumeración de señas propias de los individuos de esta especie podría continuar, pero difícilmente agotaría la descripción del fenómeno, pues la realidad es siempre más rica que cualquier intento de encapsularla. Lo que sí se puede decir de los caviares, empero, es lo que se dice habitualmente de las brujas: no existen, pero que los hay, los hay.
Estamos hablando, por cierto, de una opción necia y no de un delito. Y por el solo hecho de ser necio, nadie tendría que ir a la cárcel. Pero ya que está visto que Santiváñez no va a atrapar ni al más incompetente de los delincuentes que pululan por el territorio nacional, habrá que entretenerse observándolo perseguir a los refinados espantos que habitan las pesadillas de su jefecita.