
Una chica cambió su día libre en el trabajo para poder verlo, al menos durante unos minutos, antes del desfile en el Palazzo Serbelloni. Otra había llevado una bandera del Perú y la levantaba lo más que podía, como si estuviese en un estadio para presenciar un partido o un concierto. Una señora incluso había tomado un tren a Milán tan solo para ver si tenía la posibilidad de —quizás— encontrar un sitio libre en la impresionante locación, un palacete ubicado en una transitada vía de la ciudad donde tendría lugar la pasarela de Jorge Luis Salinas (52) con su marca casi homónima: J. Salinas. En plena Semana de la Moda, conseguir un espacio dentro de un desfile es una hazaña imposible, en realidad, pero la esperanza alimenta los sueños más insólitos. Sobre todo si uno es peruano.
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Lo que vivimos la tarde del domingo 2 de marzo nos confirmó esa verdad una y otra vez. Nadie se lo imaginaba, ni siquiera Jorge Luis. Horas antes de su desfile, decenas de compatriotas se fueron congregando en la puerta del Palazzo donde tendría lugar su primera presentación en la lista oficial del evento que marca el calendario de la moda italiana, un encuentro que impacta en la industria mundial y que reúne a prensa, expertos y creadores de contenido de todo el planeta. El diseñador ya se había presentado dos veces en Milán, pero esta era la primera vez que lo hacía en el mismo grupo que Armani, Gucci o Prada. De ahí que la comunidad peruana instalada en esa ciudad estuviese tan pendiente de cada uno de los pasos que daba Salinas apenas aterrizó: con quiénes había ido, a qué hora sería el show, y qué figuras locales estarían presentes, como Natalie Vértiz, Magaly Medina o Alondra García Miró.

Pero la estrella era él. Habían ido a verlo a él. Decenas se convirtieron en centenares, la policía llegó, el tráfico se detuvo —menos mal era domingo—, pero nada impidió que los peruanos fueran a celebrar a uno de los suyos. Era un asunto personal. Solo habían sentido algo similar cuando el tenor Juan Diego Flórez debutó en el teatro de La Scala, y eso fue en 1996. Hacía tiempo que era urgente volver a alimentar el orgullo patrio, necesidad que se hace todavía más inminente cuando se está lejos del hogar. Pero era inviable que entrasen todos. Jorge Luis salió, habló, se tomó fotos, grabó videos. En medio de los nervios que anteceden al desfile y de todo lo que podía cambiar para él en tan solo un momento (la duración promedio es de unos 10 a 15 minutos por show), el diseñador compartió algunas palabras con las personas que fueron a acompañarlo, no importa si desde afuera. “Las historias del Perú a través de la moda están aquí”, sostuvo emocionado. Lo dijo con conocimiento de causa, por supuesto. Su colección, bautizada como “Sipán”, era un homenaje a la cultura Mochica en sus formas, colores y texturas.

Al terminar, Jorge Luis volvió a saludar desde un balcón, mientras los gritos y vítores se escuchaban hasta adentro. Finalmente, tuvo que salir por otra puerta. Los peruanos, sin embargo, se quedaron afuera del Palazzo bastante rato después de que finalizara el desfile. En el ‘backstage’, las modelos no entendían bien qué estaba pasando.
Al estilo italiano
Le tomó casi un año lograrlo. Un trabajo que no solo se sostiene en tener buenos diseños y trabajar con los mejores materiales del mercado, sino que requiere de destrezas nada fáciles de conseguir: los contactos correctos, la asesoría adecuada, la visión completa. En el camino a la internacionalización de Jorge Luis Salinas, el rol de su mánager desde hace unos años, Lucero Boza, ha sido crucial. Juntos han construido una ambiciosa estrategia que le ha permitido al diseñador peruano ir dando pasos cada vez más grandes, hasta llegar a un podio que definitivamente cambiará el curso de su carrera. Aunque él mismo reconozca no saber exactamente qué vendrá a partir de ahí, lo único que queda es seguir apuntando hacia arriba.

En esta última visita a Milán, las cosas fueron algo distintas. Salinas trabajó con el grupo de moda comandado por la periodista Anna Dello Russo —una verdadera institución en el rubro— con el fin de contar con los lineamientos adecuados para estar a la altura de una presentación de esta envergadura. Reuniones previas por Zoom desde Lima, bocetos que iban y venían, abrirse a nuevas ideas, aceptar recomendaciones: todo eso también forma parte del proceso creativo, pero no es un camino sencillo.

Jorge Luis llegó a Milán la semana anterior al desfile (Lucero lo hizo antes), acompañado por su familia. Amigos, colegas y periodistas fuimos llegando después. Lo más importante en ese tiempo fue encontrar a las modelos adecuadas para cada look. Durante cuatro días de horas interminables, Jorge Luis y su staff se concentraron en un estudio alquilado en una zona del Centro Histórico milanés —a unos 15 minutos caminando del famosísimo Duomo o la galería Vittorio Emanuele II— para ver, uno por uno, a los más de 800 modelos que se presentaron al cásting, en su mayoría mujeres. Todas llegaban de negro, con los tacos en la cartera —algunas se escapaban del trabajo, otras tenían que correr a otra audición después—, decían su nombre y caminaban delante del diseñador y la ‘stylist’ italiana Sofía Brini, con quien Jorge Luis armó el ‘board’ de looks. Quienes pasaban la primera prueba entraban a probarse alguna de las prendas inmediatamente. Encontrar a la persona idónea para un look determinado era como alcanzar la gloria. “She’s the one”, anunciaba Brini. Si Jorge Luis y Lucero estaban de acuerdo, entonces el cásting había sido un éxito. Cada detalle cuenta en una pasarela como esta: altura, porte, tono de pelo, actitud. No necesariamente las chicas con rasgos más tradicionales o la belleza más estereotípica pasan la selección. Lo que se busca aquí es romper esquemas.
El día del desfile quedó claro que eso se cumplió en todo aspecto. La colección, un balance perfecto entre tendencias internacionales y la autenticidad de un talento forjado en el Perú, con materiales y técnicas propias, captó la atención de medios especializados del mundo entero. El ‘backstage’ sirvió como punto de encuentro: allí se juntaron desde amigos cercanos hasta personajes claves en el rubro. En el medio, un emocionado Jorge Luis recibió la llamada de su padre, mientras saludaba entre lágrimas a las figuras que habían asistido, entre ellas la misma Anna Dello Russo. “Es un ser humano increíble, antes que nada. Es un alma pura. En segundo lugar, es un gran diseñador, porque le da una luz a la comunidad peruana, y este tipo de trabajo artesanal es muy importante. Abre una ventana a más cosas. En Italia, también tenemos mucha gente que trabaja de manera artesanal. Para mí, [la colección] es una forma de promover su país y a las personas que trabajan con él, que tienen manos maravillosas. Aquí conocemos muy bien la alpaca. La combinación de la calidad, la elaboración y lo preciado de este trabajo es lo más valioso”, comentó a El Comercio la periodista italiana.

Antonio Choy Kay, director creativo y ‘stylist’ peruano, instalado en Milán desde hace cinco años, también estuvo presente en el evento. “Creo que es un paso importante. La clave para un extranjero en el mercado italiano es la constancia, el nivel de calidad en todos los aspectos. Los italianos están acostumbrados a ver las mejores cosas del mundo, y si nosotros queremos jugar este juego, tenemos que seguir sus reglas, mostrando lo mejor que poseemos, pero con una visión internacional siempre”, indica.
En ese punto del camino es que nos encontramos con el gran protagonista de este viaje: Jorge Luis Salinas.
Si hay una característica que ha definido a Jorge Luis Salinas desde el principio es el inmenso amor y respeto que le tiene a sus padres. A ellos siempre les dedica su éxito, pero también les debe su pasión por la moda y sus conocimientos de la industria textil. Su madre, oriunda de Andahuaylas, y su padre, de Trujillo, trabajaron desde muy jóvenes en Gamarra, para más adelante tener galerías en el emporio comercial. Desde niño, Jorge Luis solía acompañar a su madre en su pequeño negocio de costura, lo que le permitió familiarizarse con telas y cortes desde temprana edad.
Posteriormente, Salinas estudió la carrera de Diseño de Modas en la Philadelphia College of Textiles & Science, en Estados Unidos. Tras graduarse, regresó al Perú en 1995 y fundó su propia marca de jeans, Emporium. En 1998, ganó el Concurso Internacional de la Semana de la Moda Masculina Inter Jeans en Colonia, Alemania, compitiendo contra 1.600 participantes. Este logro impulsó su carrera y le abrió nuevas puertas.
Emporium logró posicionarse en el mercado peruano con presencia en grandes almacenes, y trascendió fronteras. En 2015, Salinas y su marca fueron seleccionados para ingresar a Macy’s, en Estados Unidos, un hito importantísimo en su carrera. Sin embargo, tras discrepancias con la tienda departamental donde vendía sus prendas en Lima, Jorge Luis decidió tomarse un break que lo desvinculó de la vida pública durante casi siete años. Su gran regreso se dio en 2023, con un nuevo enfoque sobre la moda. //
“Vestidos hacen todos, concéntrate en los tejidos”
La primera vez que vino a Milán lo hizo por recomendación de Nina García, editora de la revista “Elle USA”: “Mira Europa, ya no mires Nueva York”, le dijo. Salinas sabía que París podía ser un poco más difícil, aunque Italia no dejaba de ser retador. Su objetivo en febrero de 2024, cuando organizó su primer desfile en Milán, era darse a conocer. Tuvo que esperar dos ediciones más para lograr entrar al calendario oficial, una invitación que le realizó la Cámara Nacional de la Moda Italiana, ente que organiza la Semana de la Moda. Después de tres meses de haber postulado, finalmente recibió la confirmación. Una vez dentro, la tarea era más difícil. “Vestidos hace todo el mundo, concéntrate en los tejidos”, fue otro consejo clave. Jorge Luis escucha, observa, sabe cómo aplicar las recomendaciones sin perder su esencia. Sus últimas dos colecciones incorporaron el trabajo de artesanas, con quienes labora de primera mano en modelos únicos, y el resto ya es historia.

Después de la colección “Sipán”, Salinas todavía no sabe si el objetivo es abrir una tienda en Milán, tener un ‘showroom’, o vender únicamente por Internet. Lo que sí sabe es que el futuro de la marca J. Salinas está en el extranjero. “Estoy aprendiendo, para saber a qué vengo. Tengo que saber cuál es mi camino aquí, cuáles son mis precios, cuál es mi target. Me quiero abocar solo a este nivel, que es Europa, hacer chompas más livianas, blusas de organza, productos hechos a mano y en poca cantidad, para determinadas boutiques de Europa, Asia y el mercado árabe”, explica. A sus 52 años, esta etapa de su carrera es un nuevo comienzo. “Milán me ha abierto las puertas, siento que esta última colección va a ser vista por muchas revistas del mundo, y no sé qué va a pasar después de este desfile”.
Un logro que ha compartido con mucha gente cercana en las últimas semanas, aunque esta vez, para su gran pesar, sus progenitores no han podido acompañarlo. Su padre, por la edad, no quiere arriesgarse a un viaje largo, y su madre ya no es consciente de muchas cosas que ocurren a su alrededor. “Me duele no tenerla, porque ella fue quien empezó con la moda como proyecto de vida”, indica Jorge Luis.

A pesar de lo difícil, también hay tiempo para festejar los triunfos. “Muchísima gente me escribe estos días, miles de personas. Yo no me creo que sea tan trascendental, no quiero pensarlo. Vivo el momento, lo disfruto. Pero también me pongo a pensar hasta cuándo será. No sé qué va a pasar después de ahora”, dice el diseñador. “Quiero lograr un poco más, pero también quiero ser libre”.
Hoy, mientras lee esta entrevista, lo más probable es que Jorge Luis esté en una playa de Lima junto a su padre. Le prometió pasar la temporada de verano con él y es lo primero que quería hacer al volver de Italia. //