Dicen que la Navidad vale más para los niños, incluso para los terribles. En el caso de Roberto Chale, ese dicho es una irrefutable verdad. Hace dos años, el actual técnico de Universitario supo lo que significaba estar lejos de la familia en una fecha especial. Debió pasar aquel imborrable 24 en Volver a Vivir, un centro de recuperación para personas con problemas de alcoholismo. La experiencia, obviamente, le permitió sacar una conclusión: El jamás quiere volver a vivir algo semejante.
Lloró mucho, tal vez como nunca antes. La ausencia de Lucía Simic, su señora; de su hijo Roberto y sus tres hijas fue demasiado para un hombre casero y extremadamente cariñoso con los suyos. Roberto le confesó a Deporte Total las horas vividas en aquella Nochebuena. Como para no repetirlas jamás.
Fueron siete meses alejado de todo. La familia, desesperada por los bruscos cambios de personalidad que había tenido Chale a raíz de su afición por la bebida, tomó la difícil decisión de internarlo. “A nadie le gusta ver a su padre así. No era el mismo de siempre, su sonrisa no estaba limpia. Queríamos que cambiase, por eso lo hicimos”, reflexiona su hijo Roberto.
Y razón no le faltaba. Quizá ése era el único y último camino para ver a su padre de vuelta a la vida. El ex ‘Niño terrible’ arribó a la sede del Centro en Cañete en octubre de 1997, sin reparar en que sólo en dos meses llegaría la Navidad más triste de todas.
“Aunque la pasé con mucha gente, trabajando y haciendo miles de cosas a la vez, no podía sacarme de la cabeza a mi familia. Extrañaba de todo: el ritual de esperar las 12 abrazados todos juntos, los regalos, hasta las cenas en las que mi señora servía el pavo y el chocolate calientito”, confesó el maestro.
“Allá en el Centro de rehabilitación la comida era malísima. Era lo peor que había. Ni te imaginas lo que servían. Era muy difícil seguir el tratamiento, por eso nos tenían ocupados las 24 horas. Era madrugar y hacer ejercicios. Luego la limpieza del dormitorio. Lavar, barrer, trapear y encerar. Era una cosa de locos. Me tenían para aquí y para allá y al final del día no queríamos ni ver televisión”.
Ahora, sentado en la sala de su hogar, Roberto guarda silencio unos instantes y medita. Luego, abre los ojos y recorre con la mirada los objetos que adornan su cálida sala. Llega hasta el árbol de Navidad. De pronto, su hija ingresa a la cocina. Su nieto, Alonso, baja a la carrera las escaleras del segundo piso y mira estático al abuelo. Con una sonrisa pícara y a hurtadillas, se mete también a la cocina, siguiendo a su madre.
Recién allí, el técnico crema rompe el silencio. “Esto no lo cambio por nada, Julio, te lo juro”. Y es que la de hoy será la segunda Navidad que estará con la familia desde que salió de Volver a Vivir. “Prometo que de ahora en adelante será así. Mi enfermedad no tiene cura y estoy consciente de lo que debo hacer. A estas alturas todo depende de mí. Sólo de mi”.
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