
Podía hurgar en las tribulaciones del padre de un bebé monstruoso (“Cabeza borradora”), perderse en los indescifrables misterios alrededor de un feminicidio (“Twin Peaks”) o convertir los sueños dorados de Hollywood en auténticas pesadillas (“Mulholland Drive”). El enorme David Lynch (1946-2025), ejemplo perfecto de lo que se entiende por cineasta de culto, era un tipo raro por naturaleza. Laberíntico, inexplicable, perturbador. Y por eso nos encantaba.
Pero no todo en el Universo Lynch era oscuridad y desfiguración. En su fascinante cerebro y sensible corazón también podía hallarse ternura y compasión: allí está el emotivo retrato que construyó en “El hombre elefante”; o la conmovedora “The Straight Story”, sobre un anciano granjero que se sube a una cortadora de césped para cruzar Estados Unidos e ir a ver su hermano enfermo (quizá la menos lyncheana de sus películas, pero una de las mejores).
Desde la demencial “Inland Empire” (2006) y la serie “Twin Peaks: The Return” (2017), Lynch se mantuvo alejado de la actividad cinematográfica. Lo poco que conocíamos de él era igual de desconcertante: en su cuenta oficial de YouTube publicaba un reporte diario del clima. Con su inconfundible cabellera cana y lentes oscuros, el cineasta hablaba de mañanas soleadas y pronósticos de lluvia, sin renunciar eventualmente a su clásica ironía. “Qué gran época para vivir si te gusta el teatro del absurdo”, decía en uno de sus reportes.

Tráiler de “El hombre elefante” (1980).
Obras cumbres
Su primer largometraje, “Cabeza borradora” (1977) es curiosamente la mejor referencia para lo que nos depararía toda su filmografía: allí yacen sus mayores obsesiones y temores, el absurdo más siniestro, la importancia de la música (mención importante aquí para Angelo Badalamenti, su compositor cómplice, fallecido en el 2022), y una total libertad creativa para construir historias.
Luego vendrían “El hombre elefante” (1980), su versión de “Duna” (1984), o la maravillosa “Terciopelo azul” (1986), protagonizada por Kyle MacLachlan (uno de sus actores fetiche), Isabella Rossellini y Dennis Hopper. Obras con las que, de a poco pero muy coherentemente, iría definiendo su estilo y ganando una legión de fieles seguidores.
En 1990 estrenaría “Wild at Heart”, interpretada por Nicolas Cage y Laura Dern, otra actriz recurrente en su carrera. La cinta ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes. Y ese mismo año incursionaría en el formato televisivo para revolucionarlo por completo. “Twin Peaks”, un ‘thriller’ de misterio en torno al asesinato de la joven Laura Palmer, mantuvo en vilo a miles de espectadores que mientras más avanzaban entre sus episodios más confundidos parecían quedar.

“Carretera perdida”, de 1997, es otra sombría y truculenta historia que desconcertó a muchos en su momento. Hasta que en el 2001 irrumpiría con otras de sus cintas más exitosas, “Mulholland Drive”, con Naomi Watts en el papel principal. Fue considerada por una encuesta de la BBC como la mejor película del siglo XXI.
En “Inland Empire” llevaría su desquiciada propuesta hasta un extremo mayor, pero no fue hasta la tercera temporada de “Twin Peaks” –que significó el regreso a su popular historia 26 años después– que tendría nuevamente gran exposición y reacciones positivas. Navegando entre el policial, el terror, y la comedia, Lynch consiguió que la prestigiosa revista francesa “Cahiers du cinema” incluyera a esta serie en su lista de mejores películas del año. Nadie objetó la elección.
Testimonio de una vida
Más allá del cine, David Lynch también destacó como músico con unos cuantos discos (particularmente recomendable es “The Big Dream” del 2013), dirigió comerciales para grandes empresas (de Calvin Klein a Playstation, de Alka-Seltzer a Nissan) y fue un activo impulsor de la meditación trascendental (sobre la que escribió un libro como “Atrapa el pez dorado”).
Y fue, además, un persistente fumador. Una práctica que le confirió un aura enigmática inigualable, pero que también fue mellando su salud de manera irreversible. Finalmente, este jueves se dio a conocer que el director falleció a la edad de 78 años. Su familia se encargó de dar a conocer la noticia a través de las redes sociales, sin entrar en demasiados detalles.
“Es con profunda tristeza que anunciamos el fallecimiento del hombre y el artista, David Lynch. Apreciaremos que respeten nuestra privacidad en este momento. Hay un agujero enorme en el mundo ahora que ya no está con nosotros. Pero como él díría: ‘Mantén la vista en la dona y no en el agujero’”, señala el comunicado, en referencia a una recordada frase de la serie “Twin Peaks”.
Larga vida al genio mayor.
David Lynch es un cineasta de una importancia que está asociada a etapas. Primero vemos un momento inicial donde vemos películas como “Eraserhead” (“Cabeza borradora”) como parte de su línea de películas de medianoche como “El Topo” de Jodorowsky o “Pink Flamingos” de John Waters, que van adquiriendo un carácter de culto, vinculado a los gustos alternativos. De ahí está su etapa en los ochenta con películas como “Wild Heart” y “Terciopelo azul”, y luego en los noventa con “Carretera perdida”, y para los 2000 llega “Mulholland Drive”, que en una encuesta salió como la mejor película de este siglo.
Su importancia no está solo en ese reconocimiento, sino que no podemos entender el cine contemporáneo sin su obra, él dejó una marca muy fuerte en toda una serie de cineastas; incluso hay quienes usan el calificativo de ‘lyncheano’ para referirse a ciertas películas que tienen un aire entre lo atemporal y surreal, una atmósfera enrarecida que está presente en sus películas. Cuando uno ve su influencia en cineastas mujeres, como el caso de la directora de “Love Lies Bleeding”, muchas de sus imágenes parecen calcadas de “Carretera perdida”; lo mismo podríamos decir de “La sustancia”, donde vemos a Demi Moore iluminada de la misma forma en que el personaje de Patricia Arquette en “Carretera…”. Ahí vemos esa fuerte influencia de Lynch, y creo que es porque es un cineasta que ha trabajado de forma extraordinaria lo sensorial. Sus películas nos pueden llevar al absurdo, enfrentar algo que no podemos entender o nos pone ante películas que son como rompecabezas, donde unimos piezas sueltas y damos posibles sentidos a sus películas. Él siempre pensó en el espectador que siente mucho las películas, que es impactado por las películas que se abordan de una forma fuera de lo convencional.
Su relevancia también está en la televisión con el éxito de la serie “Twin Peaks”, y el culto que generó, especialmente su última temporada, donde desafió todas las convenciones con las que se hace una serie de televisión. Se zurró en el ‘cliffhanger’ y tenía imágenes que parecían de Jean Cocteau o de cintas experimentales. Fue un cineasta muy hábil con el sonido y con las imágenes, y muy capaz de crear imágenes que son realmente inolvidables. Son películas que puedes volver a verlas una y otra vez, y encontrar una nueva perspectiva o algo nuevo,como pasa con las grandes obras literarias de Cervantes o Shakespeare. Es llamativo verlo partir y sentirlo tan vivo en las películas recientes que tienen la marca de David Lynch.

Una oreja infestada de hormigas en medio del campo y el aprendizaje infantil del abecedario presentado como pesadilla son algunas de las imágenes que nos deja David Lynch, el director que nos mostró el costado monstruoso de la normalidad; ese infierno que se infiltra en lo cotidiano como laberinto inacabable. En ese sentido, Lynch hizo películas-diagnóstico de enfermedad incurable, por lo que ver sus obras era entregarse al misterio y al malestar, mientras te sacudía del adormecimiento de la vida.
Dice Agamben que contemporáneo es quien posee la habilidad para distinguir la oscuridad entre las luces de su tiempo. La filmografía de David Lynch prueba que era uno de aquellos. Su cine nació nuevo y así permanecerá en la historia.