La ola de arrestos de opositores al gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua no deja de crecer.
Los detenidos han sido acusados de distintos delitos -como “menoscabar la independencia, la soberanía y la autodeterminación del país o incitar a la injerencia extranjera en los asuntos internos”- en lo que muchos ven como una cruzada de Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, para eliminar cualquier posible competidor de cara a las elecciones de noviembre.
La comunidad internacional aumentó en los últimos días la presión sobre el gobierno nicaragüense para que libere a los detenidos y a decenas de “presoso políticos” encarcelados en las protestas que estallaron en 2018.
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Al lado del presidente Daniel Ortega, siempre hay una mujer delgada, de exuberante cabello rizado y ropa de colores fuertes.
En sus discursos, en sus visitas oficiales, incluso a la hora de votar en las elecciones, no se separa de ella.
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No sería incorrecto decir que es su asesora, aunque es mucho más que eso.
Es Rosario Murillo, “la Chayo”, esposa de Ortega.
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En 2017, el presidente nicaragüense fue investido para su cuarto mandato, de cinco años, y tercero consecutivo, junto a su esposa como vicepresidenta.
Polémica y poderosa, Murillo ha sido la incondicional compañera de Daniel Ortega y un elemento fundamental en la toma de decisiones en Nicaragua.
Entre la poesía y el poder
Se conocieron afines de los años 70, cuando Ortega se había autoexiliado en Costa Rica por su participación en el movimiento sandinista que en julio de 1979 sacó a la dinastía de los Somoza del poder, tras una guerra civil de dos años.
Ya luego, como líder de la junta de lo que se denominó como “Gobierno de reconstrucción nacional”, Ortega comenzó una serie de giras internacionales en búsqueda de apoyo externo a la joven revolución nicaragüense.
Y Murillo siempre estaba a su lado.
“Rosario es muy inteligente, es una mujer con mucha formación, con dominio de varios idiomas. Eso favorecía muchísimo el acompañamiento que hacía de Daniel (Ortega) en muchas delegaciones internacionales”, explicaba, hace algunos años, Mónica Baltodano, excomandante guerrilera y diputada nicaragüense en entrevista con Canal 2 de Nicaragua.
Murillo era su compañera. Y muchos años después, en 2005, se casaron por la iglesia.
Pero “la Chayo” era, y es, mucho más que una primera dama. De hecho, nunca le gustó el apelativo.
Tenía a su favor ser hija de Zoilamérica Zambrana Sandino, sobrinanieta de Augusto Sandino, el héroe nacional de Nicaragua e inspirador del movimiento revolucionario sandinista.
Por esa época se perfilaba como poeta y una de las principales representantes femeninas de las letras nicaragüenses. Según ella misma contó, comenzó a escribir como una necesidad de expresión, tras la muerte de su primer hijo en un terremoto en 1973.
En 1981 comenzó a coordinar el Consejo de Dirección de Ventana, suplemento cultural de Barricada, el diario oficial del FSLN.
Y durante la primera presidencia de Ortega, entre 1985 y 1990, Murillo utilizó su influencia para que la cultura tuviera un espacio trascendental en el plan de gobierno de Ortega. La cultura, eso sí le interesaba.
Entre 1988 y 1990 fue nombrada directora del Instituto de Cultura. “Toda una intensa promoción de artistas y escritores que todavía se recuerda con nostalgia”, aseguró en una columna reciente el cronista e historiador Jorge Eduardo Arellano.
Pero su visión y estilo la pusieron varias veces en curso de colisión con otras figuras literarias.
“Tuvimos choques con Rosario porque no pocas veces sentimos autoritarismo en su estilo. (...) Yo nunca terminé de entender cuál era la concepción de cultura de ella”, aseguraba hace tiempo la fallecida poeta Vida Luz Meneses en una entrevista con el Canal 2 de la televisión nicaragüense.
Y durante la campaña por la reelección de Ortega en 1990, sus asesores le recomendaron mantener a su mujer con un bajo perfil, por su imagen extravagante.
Finalmente el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) no salió reelegido ni Murillo logró un puesto en la Asamblea Nacional. Se avecinaba una década desde la vereda de la oposición. Entonces Murillo salió del ojo público y mientras su compañero se perfilaba como líder de la oposición ella se dedicó a construir una familia que sería también la herencia política de la pareja, formada por nueve hijos, siete de ambos y dos de una relación previa de Murillo.
El episodio “violación”
En 1998 y mientras Daniel Ortega se mantenía como el principal líder de la oposición al entonces gobierno de Arnoldo Alemán, una bomba sacudió tanto su vida privada como su carrera política.
Zoilamérica Narváez, hija de Murillo de otra relación anterior a Ortega, acusó a su padrastro de haberla violado en repetidas ocasiones.
En términos de imagen, las palabras de Ortega para defenderse no serían suficientes. Fue entonces cuando Rosario se jugó la carta quizá más trascendente de su relación, pero además de su carrera.
“Les digo con toda franqueza, me ha avergonzado terriblemente que a una persona con un currículo intachable se le pretendiera destruir; y (que) fuese mi propia hija la que por esa obsesión y ese enamoramiento enfermizo con el poder quisiera destruirla cuando no vio satisfecha su ambición”, aseguró Murillo tras el escándalo, desestimando completamente la acusación de su propia hija.
A pesar de que el tema se judicializó, no prosperó ya que la jueza a cargo lo desestimó porque el delito estaba prescrito y Ortega gozaba de inmunidad como expresidente.
“Con la denuncia por violación de Zoilamérica, Rosario interviene respaldando a Ortega, lo que le da un enorme poder frente a Daniel, además de una gran cuenta por cobrar. Es una factura carísima para Ortega”, aseguraba hace unos años Dora María Téllez, conocida comandante de la revolución sandinista y compañera de lucha de Ortega que después se convertiría en su opositora, citada por la revista Contrapoder.
La Chayo 2.0
A partir del segundo periodo de Daniel Ortega, comenzado en 2006, su mujer se renovó políticamente.
En los últimos diez años ha ocupado diversos cargos oficiales, transformándose en la voz y el rostro del gobierno de su marido.
“En la presidencia, la Rosario es 50% y Daniel, 50%”, aseguró el propio Ortega en una conferencia pública.
Como líder del Consejo de Comunicación y Poder Ciudadano, quiso darle otra cara a la imagen de Nicaragua y rediseñó las imágenes oficiales, desde los colores de las flores de los actos públicos hasta el escudo nacional, con colores vivos, tras su acercamiento a una filosofía “New Age”.
“La Rosario ha entrado en un campo complejo, un tanto esotérico, entonces en los escritos no se logra distinguir cuándo hace un documento de Estado y cuándo está sacando sus propios sueños o su propia forma de ver la vida”, le dijo Meneses a Canal 2.
Sus intervenciones diarias son bastante eclécticas y pueden ir desde informes sobre el clima hasta llamados de atención a autoridades públicas.
Incluso instaló en la principal avenida de Managua una serie de “árboles de la vida” para la buena energía.
En su círculo no le molesta ser comparada con Elena Ceaușescu, la esposa del exlíder rumano Nicolae Ceaușescu, que en la práctica funcionaba como primera ministra del entonces país comunista.
Fuera de su círculo, sus detractores la comparan con una figura mucho menos intelectual, pero más famosa: la de Claire Underwood, la ambiciosa esposa de Frank Underwood, protagonista de la serie de Netflix “House of Cards”.
En lo que coinciden de un lado y del otro es en que hoy, en la práctica, Murillo es el rostro y la voz del gobierno de su marido.
De hecho, quienes conocen desde dentro el funcionamiento del gobierno nicaragüense, aseguran que había muy pocas decisiones importantes que se tomaran sin la aprobación de la mujer del presidente.
Por lo mismo, no causó mucha sorpresa dentro de las filas del sandinismo su nominación como compañera de lista de Ortega y que en 2017 asumiera como vicepresidenta del país.
*Este artículo se publicó originalmente en BBC Mundo en agosto de 2016 y ha sido actualizado con motivo de la ola de detenciones en la nación centroamericana.
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