“… y si me permiten también una palabra, un saludo a mi querida diócesis de Chiclayo, en Perú…” eran las primeras palabras del Papa Leon XIV con las que emocionaba al mundo pero particularmente a nosotros, los chiclayanos. La emoción me duró segundos porque en automático, caí en cuenta que su gesto era la invitación al mundo a conocer la ciudad que lo acogió durante muchos años en su trabajo pastoral. Y aterricé como siempre, desde esa realidad que me frustra y preocupa y que sigue siendo el motivo para escribir tantas veces sea posible, sobre la “joya olvidada del Norte”, mi ciudad natal; Chiclayo.

Chiclayo, la “ciudad papal”, paradójicamente está irreconocible como ciudad. Ha sido destruida por organizaciones criminales(“los limpios de la corrupción” y los “temerarios de la corrupción”) lideradas nada menos que por sus alcaldes, dos de ellos presos. Su arca pública en los últimos 15 años ha sido un botín de malos funcionarios.

Los medios que la visitan por estos días están siendo testigos de ese desastre. Un desastre que responde a los años de gestiones corruptas a las que estuvo sometida y que se traduce en el hacinamiento de sus calles, pistas destruidas, sistema de agua y desagüe colapsado, acumulación de basura y un sinfín de problemas que Robert Prevost, en ese entonces Obispo de la ciudad conocía bastante bien y cuya cercanía fue un alivio para el pueblo y un llamado a la autoridad a trabajar activamente.

No pretendo que esta sea una ventana de exposición solo a los problemas de Chiclayo, claro que no; porque siempre escribo con propósito. Esta vez lo hago conmovida por la ilusión de mi gente, que espera que esta sea una plataforma de oportunidades en todo sentido, turísticas, económicas sin duda pero también sociales. Porque la resiliencia del chiclayano a la ineficiencia de sus autoridades debe ser premiada devolviéndole la dignidad a una ciudad a la que le sobran cualidades para ser de las más importantes del norte del país.

Y sin temor a equivocarme, ese será el gran contraste para la experiencia de sus visitantes que disfrutarán de una de las mejores cocinas del país y que se llevarán como huella la cultura milenaria mochica y el invaluable calor y amabilidad de su gente reafirmando a Chiclayo como “la capital de la amistad”. Y que luego de ello, se harán seguramente la misma pregunta que nos hacemos siempre, ¿por qué no podemos hacerlo mejor? Pregunta que no ha logrado tampoco ser resuelta por su actual alcaldesa, la señora Janeth Cubas, que asumió en un momento crucial para la transformación de Chiclayo y que ha sido más de lo mismo. Quiero creer que este escenario papal es un golpe a su conciencia y que los diecisiete meses que le quedan de gestión, trabajará como si el Papa fuera a visitar Chiclayo en octubre del 2026.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Claudia Chiroque es periodista y abogada

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