Azadeh Moaveni

El lunes, en el día 18 de las intensas , colegialas con mochilas y zapatillas negras se unieron a la revuelta. Marcharon por una calle de Teherán, agitando en el aire los velos de sus uniformes escolares y bloquearon el tráfico en la ciudad sureña de Shiraz. Rompieron imágenes del fundador de la República Islámica, el ayatolá Ruhollah Jomeini, y, lanzando los fragmentos al aire, gritaron con pasión: “¡Muerte al dictador!”.

La furia y la desesperación en sus cánticos, y la valiente llegada de las insurgentes iraníes a la peligrosa esfera pública de la protesta es extraordinaria. Están luchando preventivamente contra un futuro en el que sus cuerpos seguirán siendo controlados por la República Islámica. Sea cual sea el destino del movimiento de protesta, que entra en su tercera semana, la oposición feminista incluye ahora a las escolares.

El desbordamiento de la ira cogió desprevenido al régimen cuando estalló el 16 de setiembre en decenas de ciudades, en protesta por la muerte de una mujer kurda iraní de 22 años, Mahsa Amini, bajo custodia policial. La policía de la moral iraní detuvo a Amini por llevar un “hiyab inapropiado”. En el video de Amini detenida, su vestimenta es, según los estándares iraníes, poco controvertida.

Pero su aspecto poco llamativo es, de hecho, la cuestión. Un rasgo distintivo de la vida iraní en los últimos años ha sido la aplicación selectiva de las leyes sobre el hiyab. Para las mujeres ricas del norte de Teherán, el derecho a liberarse del hiyab es ya una realidad de facto. Cenan en restaurantes de azotea con la cabeza descubierta, con sus bolsos Gucci de la nueva temporada colgando en sus asientos, servidas por camareras sin velo.

En el resto de Teherán, merodean las furgonetas Mitsubishi blancas de la policía de la moralidad. Puede que no patrullen a diario, pero sí con la suficiente regularidad como para proyectar su autoridad coercitiva e infundir el temor de que siempre pueden estar al acecho.

Esto explica en parte la rapidez con la que las protestas por la muerte de Amini se convirtieron en un rechazo generalizado a la República Islámica. La brecha entre las libertades y oportunidades de las que goza la élite afiliada al sistema y las de las iraníes de a pie nunca había sido tan grande, y nunca tanta gente había expresado tanta rabia por ello.

Aunque es poco probable que el Estado haga formalmente alguna concesión y relaje sus leyes de vestimenta, hay muchos precedentes en la vida iraní de cambios tácitos. Las colegialas de 13 años ya han experimentado el poder de la protesta colectiva, y aunque las protestas disminuyan –y aunque nadie tenga ni idea de quién o qué puede ser una alternativa o cómo llegar a ella–, incluso si se detiene mañana, ya es una victoria.


–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times

Azadeh Moaveni es escritora iraní-estadounidense. Este es un artículo especial de The New York Times.