
Durante años, como madre y profesional, he intentado encontrar un equilibrio entre las demandas del trabajo, los espacios para mi familia y la necesidad de tiempo propio. La experiencia me ha enseñado que no hay fórmula perfecta: solo decisiones constantes, a menudo difíciles, y la ayuda de quienes están ahí cuando más se necesita. Como otras mujeres, sé lo que es intentar cumplir con todo en días que parecen no tener fin.
La Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT 2024), del INEI, confirma lo que muchas ya sabíamos: las mujeres en el Perú destinan el 20% de su tiempo semanal al trabajo no remunerado frente a solo el 6,6% de los hombres. Esa carga invisible no se reduce a cifras; se traduce en noches sin descanso, en días con pausas forzadas, en expectativas de excelencia que ignoran todo lo que ya hacemos. Y aun así, seguimos avanzando.
Las mujeres no solo dedican más tiempo al cuidado: también acceden en menor proporción al trabajo remunerado. Solo el 15,6% trabaja entre semana, frente al 26,3% de los hombres, según el ENUT 2024, y disponen de menos tiempo para sí mismas.
¿Cómo respondemos desde la universidad a esta desigualdad? Una universidad verdaderamente comprometida con la formación integral no puede mirar hacia otro lado. Debe reconocer la realidad compleja de sus estudiantes, docentes y colaboradoras. La excelencia académica se demuestra también cuando flexibilizamos sin penalizar, cuando acompañamos sin juzgar, cuando valoramos la vida en todas sus dimensiones. Eso también es formar.
Muchas de nuestras estudiantes y colegas enfrentan jornadas triples: estudio o trabajo, tareas domésticas y cuidado de otras personas. La maternidad, en particular, suele vivirse como una interrupción profesional. Y lo cierto es que una madre no rinde menos: rinde desde otro lugar, con una fortaleza que transforma. Educar con humanidad es entender eso. Y actuar en consecuencia.
Las licencias por cuidado familiar siguen recayendo mayoritariamente en mujeres. A menudo son vistas con recelo por los empleadores, como si cuidar fuera una falta y no un acto de amor y responsabilidad social. Desde la universidad, debemos liderar un cambio que permita redistribuir estas tareas, al promover políticas corresponsables que hablen con hechos y no solo con discursos.
Debido a que cargan con más responsabilidades, las mujeres tienen menos tiempo para su bienestar: 69,3% frente al 73,5% de los hombres. A ellas quiero decirles que las vemos. Valoramos su entrega cotidiana, muchas veces silenciosa. Su esfuerzo no pasa desapercibido. Por eso, desde nuestras instituciones, nos corresponde no solo formar con calidad, sino también con gratitud. Porque quienes sostienen la educación con su vida entera también merecen ser sostenidas.