
El país de nadie
Resumen generado por Inteligencia Artificial¿Cómo enfrentaremos el proceso electoral que está por comenzar cuando el 63% de los peruanos no simpatiza con ninguno de los candidatos? Peor aún, una mayoría cree que ninguno está preparado para afrontar los principales problemas del país: inseguridad ciudadana, corrupción y el deterioro económico.
La distancia entre el Perú formal y el otro Perú −ese donde vive la mayoría de los peruanos, en condiciones de informalidad, sin acceso a derechos básicos ni servicios de calidad− se hace cada vez más grande. Y, como en cada campaña electoral, la polarización, el populismo y la posverdad amenazan con agudizar la crisis y profundizar las brechas. Mientras el país oficial se enfrasca en una lucha bizantina entre dos bandos obsesionados con destruirse mutuamente, la mayoría de peruanos −los que viven el día a día, los que sobreviven como pueden y se saben invisibles para el sistema− observa con enorme desconfianza, resignación y miedo lo que está ocurriendo.
A Franklin D. Roosevelt se le atribuye una frase cínica pero reveladora: “Puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Algo parecido sucede hoy en el Perú. Cada facción cree estar librando una cruzada contra el mal absoluto que encarna la otra. Y, en nombre de esa batalla, ambos bloques eligen a sus representantes sin importar su integridad, trayectoria o preparación. Lo importante no es mejorar el país, sino capturar el Estado, imponer su visión y eliminar al adversario. En ese escenario, cualquiera que se atreva a cuestionar la lógica binaria es rápidamente acusado de ingenuo, ignorante o tonto útil del enemigo.
Lo que vivimos no es una simple crisis política. Es el despliegue brutal de la ‘realpolitik’. Nuestras élites −políticas, empresariales, mediáticas e incluso intelectuales− han renunciado a la ética y a las ideas. Solo les interesa preservar cuotas de poder. Como enseñaba Maquiavelo, lo esencial no es servir, sino capturar el poder y retenerlo por encima de todo. Y, para lograrlo, todo vale, salvo la ética y la moral que se convierten en estorbos.
Pero mientras ellos juegan a la guerra, el país real se desangra. La amenaza más grave son las economías ilegales, la pobreza estructural, la precariedad, el hambre y el abandono del Estado. En un país donde ocho de cada diez ciudadanos se sienten agraviados y el 72% quiere recuperar al Perú de los ricos y poderosos, la derecha no tiene nada que ofrecerles. Por el contrario, hemos dejado por absoluta irresponsabilidad, miopía y egoísmo, un campo fértil para quien prometa incendiarlo todo. Como lo hizo el Ollanta Humala de polo rojo o Pedro Castillo con sombrero y tiza. ¿Qué impedirá que algo así vuelva a pasar?
Si la mayoría de peruanos tiene la percepción de que la inseguridad nos ha sobrepasado y la corrupción ha capturado el sistema político, y a su vez la mitad de los electores peruanos considera que ninguno de los candidatos está preparado para gobernar, el riesgo de elegir un ‘outsider’ autoritario es más que una posibilidad, una enorme tentación. Y, si bien muchos peruanos están dispuestos a ceder sus libertades para elegir un presidente que ofrezca controlar la delincuencia e imponer el orden, casi siempre cuando esto ocurre, lo que pierden es la democracia.

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