“Estoy en fase final desde hace 34 años”, cuenta Alain Cocq, un francés paralizado por el dolor que le provoca una enfermedad incurable y que pide al presidente Emmanuel Macron “ayudarlo a partir en paz”. Sin ello, abandonará su tratamiento y morirá como ha vivido, “sufriendo”.
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En la entrada del modesto apartamento del humilde barrio de Grésilles, en Dijon (este de Francia), se observa de inmediato una carpeta roja. “Cocq Alain. Reanimación prohibida”, indica la portada.
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En la primera página, “el certificado de rechazo de cuidados” es formal. Desde el 4 de septiembre, “rechazo toda alimentación e hidratación, todos los tratamientos (...) y prohíbo que se llame a urgencias”.
“Decidí decir basta”, explica a la AFP Alain Cocq, de 57 años, desde la cama medicalizada que ya no abandona.
Su cuerpo enflaquecido deja al descubierto en su vientre hinchado una larga cicatriz. “He tenido ya nueve operaciones en cuatro años. Poco a poco, todos los órganos vitales se verán afectados”.
“Cada dos o tres segundos, siento descargas eléctricas. Estoy al máximo de mi morfina. Han intentado dosis más altas pero casi muero”.
“Mis intestinos se vacían en una bolsa. Mi vejiga se vacía en una bolsa. No puedo alimentarme, así que me ceban como a un ganso, con un tubo en el estómago. Ya no tengo una vida digna”, relata.
- Una enfermedad sin nombre -
Con 23 años, Alain Cocq resbala por una escalera y se disloca la rodilla. Los cirujanos que le operan descubren que no fluye ni una gota de sangre. En ese momento Alain aprende la definición de la palabra “isquemia”: “paro o insuficiencia de la circulación sanguínea en un tejido o un órgano”.
¿Por qué? Se desconoce. Alain padece una enfermedad que no tiene ni nombre. “Las paredes de mis arterias están pegadas: solo se conocen tres personas en el mundo con esta enfermedad. Las otras dos están muertas”.
Hace 34 años, un profesor de medicina le dijo a Alain que le quedaban 15 días de vida.
Al saberlo, decide "luchar", por él, por todas las personas discapacitadas y por una muerte "digna". En 1993 sale en silla de ruedas desde Dijon hacia el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en Estrasburgo.
En 1994, hace todo un tour de Francia, y luego tres giras en Europa que le llevarán a Bruselas en 1998 y a la ONU, en Ginebra, en 2008.
Pero este viaje, que le costó cinco infartos cardíacos y siete cerebrales, será el último. “Con la silla, no puedo más. Solo salir de la cama, es gritar”.
Infatigable soldado, continúa su combate, llegando a participar --en cama medicalizada-- en varias manifestaciones en Dijon del reciente movimiento social de los "chalecos amarillos". Pero todo esto supera hoy sus fuerzas.
- Muerte en directo -
Alain decide ponerle fin. Aunque no sin librar una última hazaña: una petición al presidente francés Emmanuel Macron.
“Pido, por compasión, la autorización para que el cuerpo de médicos me prescriba pentobarbital”, un barbitúrico. “Solo puede permitirlo el presidente”.
“Para poder partir en paz y en reposo. Si no es así, detengo cualquier tratamiento y será sufrimiento. La manera en la que me iré depende del presidente”, lanza.
Alain obtuvo una cita telefónica para el 25 de agosto con la consejera de Salud de la presidencia francesa.
“No pido el suicidio asistido ni la eutanasia, sino una sedación paliativa”, argumenta. Pero esto no está permitido actualmente en la ley sobre el final de vida en Francia, según Cocq.
“La ley solo autoriza la sedación profunda a unas horas de la muerte. ¡Pero yo, estoy en fase terminal desde hace 34 años!”, exclama.
Para que "los franceses se den cuenta de lo que es la agonía obligada por la ley" actual, Alain quiere transmitir su muerte "en directo en [su] página de Facebook".
Con ello espera que, más tarde, se adopte una nueva ley en Francia para permitir “la sedación paliativa”.
Una manera para Alain de morir por su causa: “Me iré entonces con el fusil a la espalda, es decir al combate”.
Fuente: AFP
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