Editorial El Comercio

Con la divulgación del que el presidente y su esposa Lilia Paredes presentaron en el 2012 para aspirar al grado de magíster en la Universidad César Vallejo, la discusión sobre si las acusaciones de plagio que pesan sobre ella son justificadas o no entró hace dos días en una nueva etapa. Ya no depende solamente de lo que el software Turnitin haya registrado –esto es, coincide con lo publicado de manera previa por otros autores– o lo que la referida casa de estudios asevere al respecto –que, a pesar de que con otros textos, la tesis “mantiene su aporte de originalidad”–, sino que ahora cualquier persona puede contrastar por sus propios medios si lo que allí existe es una copia o una mera coincidencia.

Según publicado ayer, la difusión del trabajo firmado por el mandatario y la primera dama ha permitido comprobar las correspondencias entre diversos párrafos presuntamente brotados de la pluma de la pareja de educadores con, por ejemplo, un discurso del ex secretario general de las Naciones Unidas Kofi Annan, con el texto de un afiche de la Agencia Española de Cooperación Internacional (tomado a su vez de lo escrito por las sociólogas de ese misma nacionalidad Marina Subirats y Cristina Brullet) o con una tesis presentada anteriormente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos por el profesor Edmundo Arévalo Luna. En todos esos casos, lo formulado por otros autores no se cita: sencillamente se incorpora como propio. Y eso es plagio.

Desde luego que serán las investigaciones que está llevando adelante el Ministerio Público sobre el particular lo que determine si este penoso asunto habrá de tener una deriva penal o no, pero mientras tanto es fácil hacerse una idea del problema de honestidad intelectual que la apropiación del trabajo académico ajeno entraña. Una circunstancia que tiene, sin duda alguna, ramificaciones políticas.

Por eso no es de extrañarse que, desde que la denuncia se hizo pública, haya surgido desde el Gobierno una pléyade de apañadores del profesor Castillo y su incursión en tan deleznable práctica. Y lo pasmoso es que han sido sobre todo ministros de Estado quienes han tratado de restarle importancia a la corroboración de la mentada infracción o intentado desvirtuarla atribuyéndole ribetes de conspiración política. Entre ellos, cabe destacar al presidente del Consejo de Ministros, ; al titular de Cultura, , y al ministro de Comercio Exterior y Turismo, . El más esforzado de los apañadores del mandatario, sin embargo, ha sido sin duda el ministro de Educación, Rosendo Serna, quien, por la responsabilidad que tiene entre manos, debería ser más bien el más cuidadoso de los representantes del Ejecutivo a la hora de abordar el problema.

Dos días atrás, no obstante, el referido funcionario desarrolló una serie de argumentos exculpatorios que dan que pensar acerca de su compromiso con el sector que encabeza. El ministro, en efecto, empezó afirmando que lo detectado por el software Turnitin y terminó calificando todo el episodio de “intrascendente”. Como se recuerda, él mismo ha sido acusado de haber producido , pero en la que estos superan el 70% del documento… Lo que quizás explicaría por qué el caso en el que ‘solo’ se ha detectado un 54% de copia puede parecerle poco grave.

Como intentó hacer con la denuncia que lo involucraba, además, Serna ha buscado esta vez convertir al denunciante en denunciado. En aquella oportunidad amenazó con hacer revisar las tesis de las periodistas que presentaron el informe que lo puso en la incómoda situación, y ahora ha dicho que “la persona que critica ni siquiera ha leído el documento” y que “se irroga (sic) la situación de criticar”. Un afán de apañamiento auténticamente vergonzoso viniendo de quien debería ser la última de las personas en minimizar los plagios de la tesis presidencial.

Cabe preguntarse, por cierto, si el Congreso lo habrá notado.

Editorial de El Comercio

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