A raíz de la pandemia, la repostera Andrea Cevallos cambió su concepto de negocio. Ya no vende cupcakes ni galletas, pero sí brinda un surtido abanico de clases virtuales para todos aquellos que quieran formarse en pastelería. Foto: Jhon Herrera
A raíz de la pandemia, la repostera Andrea Cevallos cambió su concepto de negocio. Ya no vende cupcakes ni galletas, pero sí brinda un surtido abanico de clases virtuales para todos aquellos que quieran formarse en pastelería. Foto: Jhon Herrera
Nora Sugobono

El “hate” -u odio- en internet es una forma de violencia digital que suele atacar a jóvenes con una identidad definida, visible. A referentes que cuentan con una comunidad sólida que suele verse reflejada en ellos. En el Perú, “tirar hate” significa destruir a través de comentarios y otros ataques en a una persona específica con una misión clara. Hay grupos de trolls que se dedican a esto, motivados por algún mensaje o posteo que sencillamente les fastidia. Muchas mujeres conviven con estos ataques casi a diario -especialmente aquellas con una voz firme- y la Andrea Cevallos no es la excepción. Afortunadamente, lo positivo siempre pesa más que lo negativo.

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Cocinera de profesión e influencer por casualidad, Cevallos es una de las representantes locales más activas del movimiento “body positive”, una corriente gestada en internet que promueve la celebración de la belleza en todos los tipos de cuerpo. Para Andrea, enlazar sus recetas y consejos culinarios con esta filosofía ha sido clave para conectar con una audiencia principalmente femenina: el 82% de sus seguidores son mujeres. De hecho, muchas de ellas han empezado a escribirle más sobre sus inseguridades y triunfos, que por tips de repostería.

“Es una responsabilidad grande, definitivamente”, cuenta Andrea, de 28 años. “Me escriben mucho a contarme de algún problema o cosas que les pasan, y es delicado porque tal vez hay alguien que tiene algún trastorno alimenticio y yo no soy psicóloga ni coach. Intento ayudar de la manera más responsable”, explica sobre su día a día. El universo digital se ha convertido en su hábitat natural y hacia ahí también ha evolucionado su marca personal vinculada a gastronomía.

“Se puede decir que soy influencer, pero sé que es una palabra que a mucha gente no le gusta. Influyo en la gente que me ve como ellos, en quienes comenten los mismos errores que yo y que siempre cuento”, dice Cevallos.
“Se puede decir que soy influencer, pero sé que es una palabra que a mucha gente no le gusta. Influyo en la gente que me ve como ellos, en quienes comenten los mismos errores que yo y que siempre cuento”, dice Cevallos.

La pandemia, como ya se sabe, modificó el curso de todo. Para bien o para mal -pensemos que siempre para bien- los planes cambiaron y hubo que buscar nuevas estrategias. Andrea Cevallos se había dedicado a la repostería incluso antes de ser cocinera profesional: cuando estaba en el colegio solía preparar bombones (“de cada cinco, vendía cuatro y me comía uno”, bromea) y, más adelante, cuando entró a la universidad a estudiar Arquitectura -carrera que no terminó- hacía cupcakes que salían como pan caliente. “Yo quería estudiar cocina, pero mis padres querían que busque una carrera más “estable”, digamos. Querían que me quede en Administración u Hotelería, y por un tiempo lo intenté”, sostiene. No duró demasiado. Andrea no era feliz y sabía que el único camino posible era seguir su sueño: dedicarse a la cocina.

Graduada del Cordon Bleu limeño en Gastronomía y Arte Culinario (“era la primera vez que me sentí parte de un grupo donde me encontré a mí misma”, dice), la chef encontró que la repostería seguía siendo un nicho por explorar. Desarrolló una marca de tortas y cupcakes para la venta a pedido, y al mismo tiempo comenzó a compartir recetas en Facebook e Instagram, una fórmula que resultó ganadora. “Me gustaba la idea de compartir conocimiento. Compartía recetas y compartía mi vida: de un lado la gente me seguía porque vendía postres, y del otro porque hablaba de muchos temas que otras personas no abordaban. Yo trataba de motivar a la gente, muchos me veían “oye, es gordita, tiene personalidad”, pero mi forma de ser siempre ha sido así”, explica sobre su filosofía de vida.

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Hay un término en el que Andrea incide con especial atención: la gordofobia, que, como su nombre señala, tiene que ver con la discriminación, el odio o el rechazo (a veces inconsciente, pero no por eso menos dañino) a las curvas y al peso. “Cuando empecé, en 2015 o 2016, ni siquiera sabía que esto existía; entonces se llamaba aceptación corporal”, señala. “En ese momento el feminismo había cobrado mucha fuerza y fue importante para que puedan surgir diferentes voces. Muchas mujeres me comenzaron a seguir, pero algunos hombres me escribían cosas que estaban fuera de lugar. Me pasó con un video que colgué en Facebook sobre el día de la mujer, cuando me “tiraron” mucho “hate” (los grupos de trolls). Esa etapa menos mal ya pasó”, asegura. El mensaje que Andrea viene cocinando desde entonces se sostiene no solo en la seguridad, sino también en su talento y cercanía.

El tiempo que pasó en casa al inicio de la pandemia la volvió a acercar a la cocina, con recetas caseras de platos criollos. “Una vez me pidieron que prepare un pollo a la brasa y fue impresionante la aceptación”, recuerda sobre los primeros meses de cuarentena. La venta de postres tuvo que quedar suspendida y así se ha mantenido hasta la fecha, pero su oficio hoy está en la enseñanza. En concentro, con su propio programa de clases virtuales que incluye cursos de cupcakes peruanos, galletas rellenas, tortas, cheesecakes, empanadas, quiches y otros antojos desde su plataforma bautizada como Bakin’ Gods.

“Trabajo con videos pregrabados, pero la clase es en vivo. Ahí explico el lado teórico y el práctico y también incluye recetarios”, explica Cevallos. Dependiendo de la clase puede haber entre 50 y 30 participantes conectados. Mientras eso avanza, su comunidad en redes sociales se sigue fortaleciendo. “Hace poco me escribió una chica a contarme que se había puesto un bikini después de 20 años, y me mandó la foto. Me siento muy feliz de haber podido influenciar a que eso pase aunque sea un poquito”, finaliza. No hay nada más gratificante, asegura Andrea, que poder ser libres en una sociedad que está diseñada para no permitirnos serlo.

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