Muestras itinerantes, disidentes y emergentes; plataformas gigantescas de investigación y divulgación de obras e ideas; o ciudades convertidas de pronto en sitios expositivos. Más allá de la figura habitual de un museo, curadores, artistas e investigadores han ideado diversas formas de acercar el arte al público y desarrollar proyectos que cuestionan lo tradicional o son una respuesta a la ausencia de instituciones culturales.

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A inicios de los años 80, por ejemplo, el curador Gustavo Buntinx acuñó el término museotopía para referirse a esas expresiones alternativas que buscaban llenar el vacío generado en ese tiempo por la falta de un museo de arte contemporáneo en la ciudad. Han pasado más de 40 años y su proyecto denominado Micromuseo sigue vigente. Mediante una página web ahora se da cuenta del extenso camino recorrido (cerca de 300 exposiciones, actividades disruptivas, ensayos y performances), y esta se actualiza constantemente con la presentación de nuevas obras denominadas ‘piezas del mes’.

“Yo siempre digo que hacer de la necesidad una virtud es el más peruano de los talentos —dice Buntinx—. Nos hemos vuelto expertos en darle la vuelta a las carencias para convertirlas en ventajas comparativas. Y si no tuvimos un museo contemporáneo por mucho tiempo, eso generó una capacidad emocional y pulsional para pensar ya no en la construcción de un museo en términos convencionales, sino en la invención de una idea de museo, particularmente adecuada a nuestra precariedad institucional y ciudadana”. Y si bien el punto de partida de Micromuseo estuvo marcado por las búsquedas estéticas y contraculturales surgidas en los años de violencia y crisis del siglo pasado, ahora el curador (o chofer como se autodenomina en la página web) ha dirigido el carro hacia otras rutas.

A inicios de los años 80, por ejemplo, el curador Gustavo Buntinx acuñó el término museotopía. (Foto: Yael Rojas)
A inicios de los años 80, por ejemplo, el curador Gustavo Buntinx acuñó el término museotopía. (Foto: Yael Rojas)
/ YAEL ROJAS

Uno de esos caminos lo llevó en 2009 al callejón de Conchucos, en Áncash, para establecer colaboraciones con los talleres de artes y oficios gestados por el padre Ugo de Censi con jóvenes en situación de extrema pobreza. “Ahí uno encuentra una praxis, una dinámica de entrega al trabajo creativo que efectivamente libera almas”, comenta Buntinx. Luego, agrega: “Nosotros hicimos un coloquio internacional en Chavín de Huántar y el tema era una pregunta: ¿Es posible un arte sacro en los desangelados tiempos sin Dios? Y esa pregunta define el horizonte actual de las búsquedas de Micromuseo... Estamos explorando las posibilidades de una sacralidad distinta en el arte. En un momento en que se exalta lo profano, lo somático, nosotros queremos hacer exactamente lo contrario. Para decirlo más simple. En una época dominada por el tanatos, por la pulsión de muerte y la violencia, nosotros apostamos definitivamente por el eros, por la pulsión de vida… A la realidad pervertida de la política, nosotros oponemos la recuperación creativa de la poética”.

La memoria de los objetos

Otro de estos proyectos alternativos fue el Museo Itinerante Arte por la Memoria, surgido en 2009, cuando un grupo de jóvenes artistas se presentó en plazas y parques de Lima y otras ciudades del país para mostrar obras vinculadas con el tema de la memoria y los derechos humanos. La curadora Karen Bernedo, una de las integrantes del colectivo, recuerda que empezaron en una carpa, junto a una feria gastronómica, en el Parque de la Muralla.

“La gente empezó a discutir y se generó una sinergia que no habíamos visto antes —cuenta—, y que nos inspiró a hacer esto en otros lugares de manera itinerante. Era hablarle al ciudadano de a pie, desde la subjetividad del arte, sobre lo que había sucedido en nuestro país (en las décadas de 1980 y 1990), a gente que, además, tenía mucho prejuicio con la palabra museo, pues veían a este lugar como un sitio enrejado con vigilantes, y de difícil acceso. Entonces, lo que planteamos fue que el museo vaya al encuentro del ciudadano sin hacer jerarquías entre el arte tradicional y las bellas artes”.

En 2023 este museo itinerante presentó un libro que recoge 14 años de experiencias y recorridos por ciudades como Huamanga, Cusco, Huancavelica, Puno e Iquitos, y en su colección posee obras de reconocidos artistas populares como Primitivo Evanan y Rosalía Tineo y fotografías de Nelly Plaza.

Pero estos espacios utópicos también recogen problemáticas ambientales y sociales como el Museo del Relave. En 2012, el artista Ishmael Randall viajó a Cerro de Pasco, una ciudad devorada por la minería, como parte de un proyecto llamado Hawapi (afuera, en quechua), y quedó sorprendido por las relaveras (lagunas llenas de desechos de metales pesados). “Protegido con trajes hazmat —cuenta— entramos a la relavera y recolectamos de modo casi arqueológico objetos (cepillos de dientes, juguetes, peines, botellas) que tenían una pátina metalizada, además excavamos capas de relave y sacamos muestras de agua”. Todo este material fue expuesto luego en un domo geodésico en la plaza de Cerro de Pasco a modo de instalación, un lugar que permaneció en el lugar como una evidencia residual de la catástrofe.

Estas iniciativas son solo una muestra de otras existentes en nuestro medio, como LiMac, de la artista Sandra Gamarra, o Puno MoCA, de César Cornejo; es decir intentos por llevar un museo de arte a otros espacios posibles.