Editorial El Comercio

quiso desde muy joven llegar a ser un gran escritor y vaya que lo consiguió. Sus novelas, sus relatos, sus piezas teatrales, sus ensayos y sus artículos periodísticos conforman un cuerpo de trabajo apreciado universalmente, cuyo reconocimiento selló la obtención del Premio Nobel de Literatura en el 2010. De todas esas formas de expresarse a través de la escritura, sin embargo, no cabe duda de que, en su caso, la más importante fue la novela. Desde “La ciudad y los perros” (1963) hasta “Le dedico mi silencio” (2023), Vargas Llosa construyó una obra sólida, personal y fundamental para la comprensión de nuestro país y nuestro continente. Y existe un consenso bastante difundido –respaldado, en alguna medida por ocasionales observaciones suyas– de que “Conversación en La Catedral” (1969) y “La guerra del fin del mundo” (1981) fueron las dos más logradas, textos imprescindibles en cualquier antología de la literatura castellana y mundial.

Como todo buen escritor, por otra parte, el autor de “La casa verde” fue también un gran lector y gracias a sus ensayos sobre otros novelistas –”Historia de un deicidio” (1971), sobre Gabriel García Márquez; “La orgía perpetua” (1975), sobre Gustave Flaubert y “Madame Bovary”; “La tentación de lo imposible” (2004), sobre Víctor Hugo y “Los Miserables”, entre otros– aprendimos nosotros también a leerlos y valorarlos. En sus ensayos, no obstante, abordó asimismo materias que se alejaban de la ficción para lidiar de lleno con los asuntos de la vida real. Concretamente, con la política y las ideas que la animan. Es cierto que en sus inicios fue socialista y tuvo simpatía por el régimen castrista de Cuba. Pero, llevado por su visceral compromiso con la libertad, ya a finales de la década del 60 empezó a tomar distancias de esa dictadura y del estalinismo en general. Como se sabe, el llamado Caso Padilla (que tuvo como episodio central el encarcelamiento del poeta isleño Heriberto Padilla por razones políticas) y la Primavera de Praga pesaron especialmente en esa decisión. No tardó mucho tiempo, entonces, en empezar a acercarse a las ideas del liberalismo clásico y pronto los más notables exponentes de esa tradición de pensamiento, de Adam Smith a Friedrich Hayek, fueron discutidos y exaltados en sus ensayos. Aunque, en su caso, Karl Popper e Isaiah Berlin fueron quizás las influencias más importantes.

De cualquier forma, este viraje ideológico no fue del gusto del establishment intelectual de la época y le ganó su ojeriza por varias décadas. Semejante circunstancia, sin embargo, lejos de amilanarlo, acicateó la voluntad de Vargas Llosa por librar una batalla principista y doctrinaria desde sus libros, que tuvo también un correlato político cuando postuló a la presidencia por el Fredemo, en 1990. En esas elecciones, fue derrotado en segunda vuelta por Alberto Fujimori, pero la ironía reparadora radicó en el hecho de que fueron sus ideas y su programa el que terminó imponiéndose –en lo económico, por lo menos– y así los 90 fueron la década de la recuperación de la libertad y el bienestar en ese terreno. No así en lo que concierne al respeto a la democracia y el Estado de derecho, pero el novelista dio también un valeroso combate contra el golpe del 5 de abril de 1992 y contribuyó de modo relevante a la recuperación de esos valores. A partir de ese momento, además, se convirtió en un elemento gravitante en la decisión que los peruanos debíamos tomar en cada proceso electoral. Su apoyo, como se recuerda, fue determinante para los resultados de los comicios del 2001, 2006, 2011 y el 2016.

Sea como fuere, lo que queremos poner de relieve en estas líneas de homenaje a nuestro gran escritor es que fue un intelectual que dominó parejamente la pluma y la espada. Esto es, que, al tiempo de trabajar como un artesano la palabra, se ocupó también de utilizarla como un arma en el combate de las ideas… Y eso es mucho decir en un trance histórico en el que los líderes y las ideas escasean o, más bien, brillan por su absoluta ausencia.

Vargas Llosa ha sido seguramente el peruano más universal y lo vamos a extrañar. Por muchos años, El Comercio publicó sus columnas, y fue un honor haber tenido sus reflexiones en nuestras páginas. Sus obras, sus ideas y su ejemplo principista seguirán inspirándonos por mucho tiempo más.

Editorial de El Comercio

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