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Acriollados: el proyecto peruano-argentino que lleva la música criolla a nuevos públicos desde las montañas del Cusco
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En la antigua jerga de la Lima dey callejones, una persona “acriollada” era alguien que, viniendo de alguna región del país —o incluso del extranjero—, llegaba a la capital y adoptaba con rapidez sus costumbres, su manera de hablar, de vestir y, sobre todo, de hacer música. Cada ‘input’ sonoro traído por esos “no locales” acriollados se convertía en un aporte más al mix y la fusión que caracterizan nuestra cultura. Así fue desde el comienzo: de las culturas originarias precolombinas se tomaron los ritmos y melodías rituales; de la influencia española, la guitarra, el arpa y las formas del valse y la polca; y de la raíz afroperuana, la percusión para géneros como el festejo y el landó. De ese encuentro —a veces armónico, a veces tenso— nació el vasto universo sonoro del Perú, que es una tradición mestiza que sigue reinventándose.

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En las alturas del Cusco, esa herencia de mixtura ha encontrado una nueva voz. En el pueblo de Písac, entre paisajes de montañas y ríos cristalinos, ha nacido Acriollados, un dúo peruano-argentino que explora el repertorio tradicional con un espíritu contemporáneo. Sus versiones, que se pueden escuchar en TikTok, no reniegan del “clasicismo criollo”, por llamarlo de algún modo, pero buscan expandirlo, tender puentes entre épocas y geografías. En su casa-taller de Písac hoy se improvisan ‘jam sessions’ con vecinos músicos, algunos de ellos célebres, y viajeros y ‘hipsters’ que saben música o quieren aprender a tocar un cajón o una guitarra con sabor peruano.

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Juan Carlos Fangacio
Acriollados desde Pisac, Cusco.
Acriollados desde Pisac, Cusco.

La cálida voz del dúo es la de la peruana Ximena Stagnaro, quien vive en Cusco desde febrero. Al llegar a Písac, abrió un taller de tatuajes; pero, como a veces pasa, las cosas tomaron otro rumbo: su casa terminó convertida en un espacio abierto a la música. “Ya casi nadie viene a tatuarse. Todos vienen a tocar cajón o guitarra”, dice entre risas. Allí conviven artistas locales y extranjeros; cada quince días se organizan conciertos, talleres gratuitos y almuerzos compartidos. “Se siente como una comunidad musical. Todos somos vecinos músicos. Al lado vive Ricardo Silva (de la banda peruana Del Pueblo Del Barrio), y al frente se mudó Paul Lozano, el cajonero con el que estamos trabajando… siempre hay alguien ensayando o improvisando”, cuenta.

Su relación con la música comenzó mucho antes de respirar el aire puro de la montaña. “Mi papá era payaso y animador de fiestas infantiles. Él era muy sociable así que siempre había fiestas y músicos en casa, sobre todo salseros. Él incluso trabajó con Sabor y Control y con la Orquesta Zaperoko”, recuerda. Desde ese entonces, cantar fue parte de su vida cotidiana, pero no lo veía como una profesión. Hoy, su repertorio mezcla lo peruano con algunas influencias que van de Lucha Reyes a Amy Winehouse, de Alicia Keys a Julieta Venegas. “La verdad es que escucho de todo. Me gusta sin importar el idioma”.

Ximena (al centro), en uno de los talleres que se realizan en su casa. A la izquierda, el músico Ricardo Silva, recordado por la Banda del Pueblo del Barrio.
Ximena (al centro), en uno de los talleres que se realizan en su casa. A la izquierda, el músico Ricardo Silva, recordado por la Banda del Pueblo del Barrio.

Ximena tiene un ‘feeling’ muy especial por el R&B y el soul norteamericano, géneros que la marcaron durante sus años en Estados Unidos. Parte de esa expresividad se filtra —quizá de modo inconsciente— cuando interpreta canciones peruanas como “Regresa”, de Augusto Polo Campos, que le sale espectacular.

El dúo se completa con Damián Villalba, guitarrista nacido en Mar del Plata, quien llegó al Perú por primera vez hace once años, acompañando a un pianista de tango en un congreso en Lima. “Ahí conocí a muchos músicos peruanos y me quedé fascinado con la guitarra criolla”, cuenta. Desde entonces ha viajado entre Argentina, Bolivia y Perú, aprendiendo los secretos del vals y del festejo.

En Písac, Villalba enseña guitarra a locales y extranjeros. “Una alumna israelí hace poco quería aprender ritmos latinoamericanos, así que le enseñé cosas como la chacarera, la cueca, el vals y el festejo. Se fue encantada”, explica. Para él, el criollismo es una escuela en movimiento. “No lo veo como algo local, sino regional. Hay un hilo que conecta los ritmos del altiplano boliviano con la música costeña, con el tango, con todo. La frontera es más por costumbre que por sonido”.

Ximena y Damián se conocieron hace relativamente poco, en mayo. “Dijimos hagamos música, probamos ‘Sincera confesión’, y ese fue el clic”, recuerda ella. En tres días ya estaban tocando en el bar República del Pisco, en Cusco. “Fue raro”, dice Ximena, “porque veía a toda la gente que estaba almorzando y nosotros cantando valses. Pero de ahí todo fluyó. En dos semanas ya teníamos repertorio y presentaciones”.

Eligieron llamarse Acriollados porque, como dicen, “tuvimos que acriollarnos”. “El criollismo no solo es peruano”, explica Damián. “Es la mezcla del afro, del indígena y del europeo”. Es una forma de ser, no una frontera. Para Ximena, el término resume su identidad. Ser criolla en tiempos de globalización y de redes sociales que potencian tu trabajo es ser de todas partes a la vez.

Los Acriollados creen que la música criolla necesita atravesar un momento de transformación. Desde hace años se discute si este género está “muerto”, ante la escasa difusión, la falta de renovación en su repertorio y el poco interés que despierta entre los músicos jóvenes. Ellos son una feliz excepción. “Como el tango, la música criolla tiene que evolucionar de una forma natural, no forzada. Si se queda quieta, muere”, reflexiona Damián. “A veces hay quienes se oponen. En Argentina están los ‘talibanes del tango’. Puede que también haya ‘talibanes del criollismo’, que quieren que todo suene igual que hace 60 años. Pero la música cambia, aunque no quieras”.

Ximena añade la necesidad de que las letras, la poesía y el imaginario de la música criolla se renueven. El ejemplo clásico es el vals “replanero” de los años cincuenta, tan gracioso y vital como lleno de jergas que hoy casi nadie entiende. Eso crea distancia. En sus conciertos interpretan piezas clásicas, pero con matices propios. “No queremos modernizar por modernizar —aclara Damián—. Queremos entender la raíz para expandirla con respeto”. //

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El Concierto

Los Acriollados se presentarán por primera vez en Lima con dos conciertos. El jueves 30 de octubre, a las 9 p.m., ofrecerán un show en Wachuma (Tambo de Belén 187, Lima Cercado), y el martes 5 de noviembre, a las 8 p.m, estarán en El Gato Tulipán (Bajada de Baños 350, Barranco). Reservas al 913 949 055. El dúo se encuentra en ensayos para su primera grabación. De momento, se les puede escuchar en las redes de TikTok de Ximena. Búsquela como @ximenastagnaro.

El Concierto

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