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Lamas
Álvaro Rocha

El sol centellea en los techos de calamina y en la sonrisa de Marysabel Arévalo, joven tarapotina que me acompaña en Primer Puerto. Siempre hubo notables restaurantes de comida regional, como La Patarashca, en la Ciudad de las Palmeras, pero las cebicherías nunca estuvieron en ese nivel. Hasta que abrió Primer Puerto. ‘Todo fresco’ es su lema. El cebiche de paiche no tiene pierde. “¿Traes ropa de baño?”, le pregunto a Marysabel, que se entretiene con un pulpo con cecina. Me responde con un guiño. 

Fugamos de Tarapoto y vamos camino a Lamas, la única ciudad de la selva sobre una montaña. Esta vez no íbamos a visitar el barrio nativo Wayku ni el museo etnológico ni su estrambótico castillo medieval, sino la cascada y poza Urmana, cuya ubicación no es divulgada por los conocedores para disfrutarla en secreto. 

Llegar a los dominios de Urmana se habría complicado si no estuviéramos guiados por Óscar Morazami. En medio de cañaverales, arribamos al fundo Santa Rosa y su trapiche que destila cañazo de calidad. Cogemos mandarinas y chirimoyas (más ácidas que en la costa) que cuelgan al alcance de la mano, mientras caminamos diez minutos bajo una luz temblorosa.

Urmana es incomprensible, pues está formada por un escuálido riachuelo. La cascada se desploma en un tartamudeo de aguas y colosales piedras a una poza esmeralda de diez metros de profundidad, donde los más avezados se lanzan clavados al mejor estilo de Acapulco. Marysabel toca el agua, duda, se zambulle, emerge con un aullido. El crepúsculo se comienza a asomar. Hora de volver.

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