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“En tiempos en que todo es verificable, más se miente”
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Fueron varias las plenarias del Congreso Internacional de la Lengua en Arequipa,celebrado la semana pasada en Arequipa, que palabras como “Posverdad”, “desinformación”, o “noticias falseadas” estuvieron en boca de muchos. Ya en la sesión de inauguración del CILE, el escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez hablaba de que vivimos un tiempo en que el lenguaje pareciera no estar funcionando para contar la verdad. La periodista española Pepa Bueno recordó cómo los voceros del presidente Trump, para evitar confesar que el mandatario había mentido, acuñaron la frase “hechos alternativos” a la verdad.

Durante muchos años, a través de las páginas del diario español “El País” y de sus muchos libros, el periodista Alex Grijelmo (Burgos, 1956) ha investigado estos temas. Especializado en temas de comunicación y lenguaje, ha abordado frecuentemente la desinformación y la manipulación informativa, “esas medias verdades de toda la vida”, dice él, para luego analizar cómo el lenguaje se usa y se manipula en los medios y la sociedad. Cómo la información puede ser distorsionada, no solo por las “fake news”, sino también por la omisión de datos o la yuxtaposición ilegítima de hechos verdaderos que llevan a falsas conclusiones. Libros como “La información del silencio” (2012) o el más reciente, “La perversión del anonimato”, buscan encontrar respuestas y salidas a estos fenómenos.
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— Dices que las medias verdades nos acompañan toda la vida. ¿Pero crees que el problema de la desinformación se ha profundizado hoy como nunca antes?
Hoy día ese fenómeno se ha fortalecido, se ha profundizado. ¿Qué es lo que está pasando para que suceda esto? Vivimos una paradoja: cuando todo es más verificable, (Todo está el la red, por lo que decir una mentira sin ser descubierto es prácticamente imposible), curiosamente es cuando más se miente. Hoy se busca otras maneras de mentir, que no consistan en ofrecer datos erróneos, sino en silenciar la realidad, manipular los contextos. Esa es la manera actual de mentir. Los mentirosos se han buscado otras tretas.
— En tu libro “Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo” (2019) dedicas un capítulo a nuestra tendencia a agruparnos en grupos que manejan un lenguaje “identitario”. Pienso en el término “genocidio” que parece dividir hoy a la sociedad española frente a lo que sucede en Gaza. ¿Cuánto nos dividen hoy el uso de determinadas palabras ?
En ese caso, como en otros, hay un valor jurídico y un valor popular de la palabra. “Genocidio”, en la comprensión popular, se entiende como aniquilar una población con unos rasgos comunes, sean religiosos, étnicos o de cualquier tipo. Pero en el lenguaje jurídico, para que se considere un genocidio como tal debe demostrarse la intención de aniquilar a toda esa comunidad, algo que es muy difícil. Tendrían que decir: “lo que queremos es matarlos a todos”, y eso no lo ha dicho nadie. ¿Cómo demuestras que Netanyahu quiere arrasar toda una población? Claro, con ese criterio, con que quedase una persona viva, ya no sería un genocidio. Como no sería un genocidio lo que pasó en la Alemania nazi porque sobrevivieron muchos judíos. Hay entonces un choque entre el entendimiento popular de una palabra y el lenguaje jurídico. Yo sí creo que es un genocidio.
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— En tu libro adviertes términos utilizados por ciertos sectores utilizan para incluirte en un determinado grupo. Por ejemplo, si no escribes “todos y todas” en un discurso o un artículo, corres el riesgo de que te llamen machista...
Ese es un problema. Construir un lenguaje identitario que excluya, que sea un lenguaje de tribu, me parece muy peligroso.
— Hay un ejemplo en tu libro muy representativo. Usar el concepto “Violencia de género” en lugar de uno mucho más comprensible por todos: “violencia machista”.
“Género” es una palabra que tiene su origen en un eufemismo de la época victoriana, cuando se decía “gender” para evitar decir “sex”, una palabra que había que evitar. De ahí viene la confusión entre “género” y “sexo”, que en castellano no eran lo mismo, pero que ahora, por influencia sobre todo de la sociología y del feminismo norteamericano, ha impregnado en la cultura. Y es curioso: ante una expresión como “violencia de género” y “violencia machista” es mucho más dura “violencia machista”. Solo su expresión ya condena lo que sucede. En cambio, “violencia de género” es una expresión meliflua, suena a eufemismo.
"La expresión ‘violencia machista’ ya condena lo que sucede. En cambio, ‘violencia de género’ suena a eufemismo"
— Podríamos decir que la sociología anglosajona ha golpeado fuerte al vocabulario político castellano?
Sí, sí. Hay mucha influencia de las academias y las universidades norteamericanas en todo el lenguaje de la sociología y el lenguaje público. Le debemos tos términos de lo políticamente correcto, acuñando palabras que intentar sustituir otras porque se consideran negativas. Pero todo ello lleva también una carga ideológica.
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— Esa influencia puede explicarse por algún sentimiento de inferioridad en el uso de nuestro idioma, una forma de mostrarme más actualizado, una cuestión de poder de influencia?
Efectivamente. Todas esas razones muestran cierta suerte de complejo. Pero el complejo de inferioridad ante el inglés se manifiesta por todas partes. Usamos palabras en inglés porque creemos que es más “prestigioso”. Por eso digo ‘online’ en lugar de ‘en línea’.

LA PERVERSIÓN DEL ANONIMATO
Alex Grijelmo
EDITORIAL: Taurus
AÑO: 2025
PÁGINAS: 520
— ¿Qué opinas de la cultura “woke” y del abierto ataque que recibe del gobierno de Trump? ¿Las conquistas del lenguaje inclusivo han sido frenadas hoy por los sectores más conservadores en EE.UU.?
No lo sé. Yo creo que eso no ha cambiado en quienes ya militaban. Sin embargo, el lenguaje de la ultraderecha ha colonizado las redes sociales y gran parte de Internet. Y esa ocupación del ciberespacio ha reducido el espacio que correspondía al discurso más progresista. Lo que sí ha ocurrido es que, además, en la ultraderecha están desapareciendo los complejos frente a ciertas palabras. Es curioso que Trump haya decidido cambiar el Ministerio de Defensa, por el Ministerios de Guerra. Ya la derecha no necesita eufemismos para gobernar. O el presidente Miley, que en Argentina llegó con la “motosierra”, una palabra que está en todas las películas de terror ‘Gore’. Los políticos de derecha han perdido el complejo ante palabras que suenan fuertes o que producen rechazo. Es curioso: hasta ahora, los políticos llenaban su vocabulario de eufemismos. Ahora utilizan incluso disfemismos, que son expresiones deliberadamente peyorativas, despectivas o que asustan.
— Ciertamente, antes criticábamos el lenguaje políticamente correcto. Ahora lo extrañamos...
Exacto. Es que el lenguaje políticamente correcto caía muchas veces en el eufemismo y en el engaño. Y otras veces se trataba de cortesía. Así, en un mismo saco, podía haber distintas intenciones.
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— En el congreso de la lengua, otro tema clave fue la Inteligencia artificial y la cultura digital. ¿Crees que el debate ha sido preciso o aún las academias no entienden lo que se viene?
Fíjate que Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia, ha promovido muchísimas actividades relacionadas con la inteligencia artificial. Ha establecido contactos con distintas empresas para que la inteligencia artificial hable un buen castellano. Esas iniciativas me parecen importantísimas. Pero saliéndonos del ámbito de la lengua, ¿qué nos falta? Necesitamos hablar de los sesgos de la inteligencia artificial. Pensemos: tú le haces una pregunta a la IA y ella te puede dar una respuesta ideológica. Concentrada en pocas manos, me parece un riesgo.
Si el ciberespacio está colonizado por un sesgo, lo que hace la IA y su algoritmo favorecerá la polarización, el insulto, las versiones extremas de la realidad.
— De eso trata tu último libro, “la perversión del anonimato”. Para las grandes empresas tecnológicas, esa polarización genera ganancias para ellos. ¿Es imposible controlar esta tendencia?
Lo ideal sería una autorregulación de las plataformas, pero no parece que tengan interés en ello.
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— ¿Siendo el insulto tan rentable, no es imposible la autorregulación?
Esos ingresos pueden fiscalizarse. Los estados también tienen mecanismos, para someter a esas empresas a la ley.
— Hasta que llega Trump y amenaza con imponer aranceles. ¿Cómo ves el vínculo entre las grandes tecnológicas y el gobierno norteamericano?
Lo veo peligrosísimo. Una vez más, ponemos en pocas manos un poder inmenso. Tres empresas se ponen de acuerdo y nos pueden llevar a todos al precipicio. Sin embargo, siempre las democracias han sabido defenderse de la concentración del poder, creando leyes contra los oligopolios.
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— Y crees que las democracias en Europa están preparadas para hacerle frente a esta nueva concentración de poder?
No lo sé. Creo que, sobre el papel, sí. Pero en la realidad, estamos viendo que la información está en pocas manos.
— Última pregunta: qué opinas de las inelegantes diferencias ventiladas por el director del Cervantes y de la RAE en el Congreso de Arequipa?
Me parece muy triste que en una fiesta de la unidad hispánica lleguen dos instituciones españolas peleadas. Pero al hablar de conflicto entre instituciones, parece que las ponemos en pie de igualdad, cuando en realidad la una ataca y la otra responde. Aquí se ha producido un detonante de una de las dos (habla del Instituto Cervantes). Y yo creo que quien inicia una pelea tiene más responsabilidad que quien se defiende. Me falta mucha información para decir quién tiene la razón en sus diferencias de fondo, pero en cualquier caso, este es un asunto que no se debía dirimir en el ámbito público a tres días de empezar un Congreso de la Lengua.











