Jorge Paredes Laos

Hace más de cinco siglos, un hombre se elevó a casi veinte metros del suelo sobre un artilugio de cuerdas y tablas ideado por él mismo para transformar la bóveda estrellada de una capilla romana en un mosaico de frescos que recreaban pasajes del Génesis y colocaban a la figura humana en el centro de la creación. El resultado no solo fue maravilloso, sino que más de 20 años después, este mismo artista volvió a treparse a los andamios para pintar, esta vez, el Juicio Final en la inmensa pared del fondo. Así, el nombre de Miguel Ángel Buonarroti quedó asociado para siempre al de la capilla Sixtina.

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Esta forma hoy parte de los museos del Vaticano y es visitada cada año por más de seis millones de personas. Cécile Michaud, directora de la Maestría en Historia del Arte y Curaduría de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la ha recorrido varias veces y lo primero que destaca es su carácter único, por su enorme valor espiritual, histórico y artístico. “Existe desde el siglo XV —comenta—, cuando todavía tenía una bóveda estrellada muy similar a las iglesias góticas, entonces el cambio que hizo ahí Miguel Ángel fue desde todo punto de vista revolucionario”. Ella sugiere visitar la capilla muy temprano para evitar tumultos y con binoculares para no perderse cada detalle. “A mí me impacta mucho el Juicio Final —precisa—, con este Jesucristo que parece levantar un terremoto cósmico, a partir del cual todo se activa. Esto traduce muy bien lo que quieren transmitir las Sagradas Escrituras”.

Estos elementos también son destacados por Ana Claudia Reinoso, coordinadora del área de Historia y Sociedad de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. “A Miguel Ángel le interesaba mucho la volumetría de los cuerpos, sobre todo masculinos. Esto alcanza su punto más alto en el Juicio Final que es una apoteosis de la terribilidad —dice—, de estos cuerpos en tensión, muchos de ellos sufrientes. Todo esto va acompañado de un juego de luces y sombras… En el centro destaca la figura de un Cristo fornido, similar a un dios griego, y en la parte de arriba está el paraíso y abajo van cayendo los condenados, con rostros de terror…”.

Ella se lamenta de no haber visto esta obra, cuando visitó la capilla en los años noventa, porque se encontraba en restauración, pero recuerda que se quedó sentada admirando la bóveda por casi media hora. Entonces no era tan alta la afluencia de turistas.

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El artista Rember Yahuarcani ha visitado cuatro veces la capilla Sixtina en los últimos tiempos. “El impacto fue cada vez mayor a la vez anterior”, dice. “El lugar está lleno de gente, pero esos cuerpos tridimensionales que parecen flotar en la bóveda resultan increíbles. Pareciera como si esas pinturas no hubieran sido hechas por manos humanas, pues las veces que he estado ahí me ha venido siempre a la mente la imagen de la Biblia como un libro inspirado por Dios. Esos frescos son un acto de fe en lo que tú crees, en esa cosmovisión cristiana de cómo aparecieron las cosas”. Y sobre el Juicio Final, advierte: “A mí siempre me han intrigado cómo son estos otros mundos, con esos castigos y recompensas. Ahí también hay una ancestralidad que yo asocio con la que tenemos los pueblos indígenas… Finalmente, no somos tan diferentes”.

Por su parte, el artista Gonzalo García Callegari visitó la capilla alrededor de 2012: “Fui a poco tiempo de su restauración —cuenta—, y me sorprendió la brillantez de los colores. Fue una experiencia casi mística porque vas pasando de puerta en puerta hasta que de pronto te encuentras con este lugar, donde la luz natural entra y lo ilumina todo. Es sobrecogedor, pero debes pasar rápido porque viene otro grupo detrás”.

Ahora la capilla está en silencio. Ahí se iniciará el próximo 7 de mayo el cónclave de cardenales y, en unas semanas, el humo blanco que saldrá de su chimenea anunciará la esperada elección de un nuevo pontífice.